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02.02.2024 Críticas  
Gracias Carmen

Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García realizan en Carmen, nada de nadie, una magnífica semblanza de la política Carmen Díez de Rivera; mujer clave para la democracia española. La obra, estrenada en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español de Madrid, aborda en paralelo episodios determinantes de su biografía y su labor durante la transición.

Para los que nacimos durante los setenta la figura de Carmen Díez de Rivera se desdibuja. Nos llegan ecos vagos de su belleza física, de su condición de hija ilegítima del cuñadísimo de Franco y detalles frívolos que oscurecen la verdadera medida de su importancia. Los grandes hombres protagonizan biografías y documentales, pero la figura de esta mujer que ejerció como directora de gabinete de un Presidente del Gobierno (la única hasta la fecha) en el momento más crítico para nuestro futuro democrático permanece escrito en los márgenes de la historia como una miniatura decorativa, solo una musa de la transición.

Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García firmando la dramaturgia de Carmen, nada de nadie, y Fernando Soto desde la dirección subsanan esta ausencia de reconocimiento con un retrato poliédrico de Díez de Rivera que destaca su labor como precursora y facilitadora de legalización del PCE en España y la incorporación de Santiago Carrillo como interlocutor y artífice del proceso transitorio (eje de la obra). Con excelente ritmo la trama salta constantemente en el tiempo alternando episodios personales y políticos de la protagonista dibujando en paralelo sus crisis personales y su conflictiva relación con su madre, definitorio de su carácter, con su actividad política junto a Adolfo Suárez. Como resultado el montaje nos ofrece una semblanza completa de una personalidad inteligente, valiente y profundamente libre en un mundo dominado por hombres.

La extraordinaria Mónica López interpreta a Díez de Rivera y lo hace con pasión y precisión. La construcción que hace del personaje es tan rica en matices que no cabe imaginar a la protagonista en un rostro que no sea el suyo. Actriz y política comparten una declarada independencia y libertad que López lleva a escena con pulsión. Su pasión destaca ante el contrapunto frío, pero bien equilibrado, que ofrece Ana Fernández en el papel de Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol y madre de Díez de Rivera. Fernández compone con maestría una mujer distante, frívola, alejada de su hija. Su movimiento en escena nos transmite esa belleza elegante y contenida, que imaginamos de la marquesa, musa de Balenciaga.

Oriol Tarrasón, como Adolfo Suárez, y Víctor Massán como el Rey Juan Carlos completan el reparto con una intervención muy secundaria pese a la importancia histórica de ambos personajes. Sus personajes están apenas dibujados y funcionan como interlocutores imprescindibles para el desarrollo de la trama. No obstante, sus interpretaciones son solventes y fieles a las figuras reales que representan, especialmente en el caso de Massán.

Carmen, nada de nadie, interesa como documento histórico y como retrato excepcional de una mujer moderna que pensó en una España en color y europea cuando ese futuro era impensable. Un excelente montaje que se apoya en una iluminación dura, firmada por Juanjo Llorens, casi cinematográfica de intensos claroscuros.

Escucho a Cecilia por segunda vez esta temporada: Nada de ti, nada de mí/ una brisa sin aire soy yo / nada de nadie. Su canción inspira el nombre de la obra y me pregunto inevitablemente cuántas mujeres permanecen en la historia ocultas o ensombrecidas. Díez de Rivera no es una de ellas ni podrá serlo. Desde la escena Carmen, nada de nadie reivindica su peso definitivo para el proceso democrático y rescata su voz libre que no tiene otro dueño que sí misma.

Crítica realizada por Diana Rivera Miguel

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