novedades
 SEARCH   
 
 

02.02.2024 Críticas  
De casta le viene al galgo

La rosa del azafrán en el Teatro de la Zarzuela de Madrid estrenando año y ofreciendo los primeros cambios notables que la dirección de Isamay Benavente ha traído al liceo: zarzuela popular, manchega, con acentos de danza contemporánea, y ambición en la propuesta. Bienvenido sea este aire fresco.

Juan Pedro (Rodrigo Esteves) es el mejor gañán de los campos de Sagrario (Carmen Romeu), quien comienza a fijarse en él cuando este es instado a abandonar la hacienda al comenzar amoríos con Catalina (Carolina Moncada), también pretendida por Moniquito (Ángel Ruiz), quien está ayudando a su amigo Carracuca (Juan Carlos Talavera) a buscar mujer que le zurre bien con la escoba y le haga de comer y de criar a sus cinco hijos. Custodia (Vicky Peña) intervendrá entre todas estas parejas para que la vida en el pueblo siga siendo la que debe.

Estaba realmente hastiado en las últimas funciones en el Teatro de la Zarzuela, porque los últimos coletazos/años de la dirección de Bianco habían vuelto a servir los mismos usos y costumbres que alejaron al público joven de la Zarzuela, y que tan bien hizo él mismo en traer al comienzo de su Dirección. Hacer para luego deshacer. Y me fue grato ver cómo simplemente con el cuadro folk del inicio, con una danza impresionista y casi tribal, realzada por el fantástico trabajo de Albert Faura en el diseño de iluminación, Elena Aranoa lanzaba un canto popular que se sentía una invocación. Y lo es en este inicio y como la apertura de todos los cuadros en los que su figura, voz y coreografías de Sara Cano, hacen aparición en escena.

La rosa del azafrán, con el trabajo vocal de Elena Aranoa, las coreografías de Sara Cano, la dirección musical de José María Moreno, y la escénica de Ignacio García, hubiesen conseguido una zarzuela minimalista, primitiva, y muy vanguardista, que ojalá no fuese solo un deseo; pero ya sabemos lo que gusta la vanguardia y la mínima expresión a un abonado de la zarzuela… Para eso mismo, todo lo que son esos interludios (tengo flashbacks constantes de ellos), no lo es el resto de La rosa del azafrán, pero que gracias a esos destellos de modernidad, hacen más agradable el viaje por estas tierras de La Mancha, donde la cuna y el dinero bajo el colchón son lo principal, y luego ya el amor o el buen parecer o el arrejuntarse. Pero lo primero, es lo primero.

Los duos de Rodrigo Esteves y Carmen Romeu son fríos y anticlimáticos porque la química entre ambos es nula, como lo es la narrativa metida bastante con calzador, de que están hechos el uno para la otra, pero claro, hombre pobre, mujer rica, lo nuestro no va a funcionar. Pero aunque los duos de amor no funcionen, los cómicos ya son otro rollo y es que la extraña pareja del milagrero de Ángel Ruiz y el viudo alegre Juan Carlos Talavera son un lujo; el Pasacalles de las escaleras y La caza del viudo son desternillantes y absurdas escenas que celebramos desde las butacas.

Los trabajos de la escenografía de Nicolás Boni y de vestuario de Rosa García Andújar son enormes, lujosos, y un marco perfecto para la acción de La rosa del azafrán; la escala cromática elegida y la falta de brillos y lujos innecesarios son todo un trabajo de fidelidad a la tierra que representan y al servicio de un romance apagado, amañado y nada fogoso.

La rosa del azafrán es una fantástica propuesta, que me hace recuperar (espero que no por poco tiempo) la ilusión de ir al Teatro de la Zarzuela, para vivir la tradición sin olor a cerrado, polvo y socarronería derechona. Bienvenida Isamay, y gracias.

Crítica realizada por Ismael Lomana

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES