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26.01.2024 Críticas  
Y todo a media luz

Tango sinfónico en el Palau de la Música Catalana de Barcelona: una velada distinta a todas las demás, un recorrido histórico (aunque no cronológico) del primer tango al último, con todas sus revoluciones. Gardel, tangos i milongues, un concierto de la Orquestra Simfònica del Vallés (OSV) dirigida por la violinista Marta Cardona y con la participación especial de la cantante Sílvia Pérez Cruz.

Y cuando decimos «del primer tango al último» no estamos exagerando: en el programa se incluyó «El Choclo» de Ángel Villoldo, con el que los argentinos dicen que en 1903 nació el tango, y se estrenó la pieza «Despertar i dansa» de Miguel Àngel Cordero, contrabajista principal del espectáculo.

Alguien tiene que dirigir cuando se baila el tango, y tradicionalmente es el hombre. Cuatro fueron los directores artísticos de esta velada, dos hombres y dos mujeres: inflamando en lo grandioso y recogiendo en la intimidad como el fuelle del bandoneón de Marcelo Mercadante, centro literal y espiritual de toda la noche; encabezando la orquesta y siendo parte de ella como Marta Cardona al concertino; guiando y siguiendo como Miquel Àngel Cordero, y fluyendo con su voz hermosísima y particular, única e indiscutible Sílvia Pérez Cruz.

Juntos y con la orquesta, fueron desgranando 16 piezas en poco más de una hora, el tango es breve e intenso. Como en un tango que fuera deslizándose por la pista, todos fueron girando, requebrando, apasionándose artísticamente. Tocando para ellos y para todos. En solitario, a dúo, de a tres, como en el especial momento que crearon Cordero, Mercadante y Cardona con el tango «Comme il faut» de Eduardo Arolas.

Si una frase se oyó varias veces durante los interludios fue «el tango antes de él fue una cosa, y después de él otra distinta». Por lo histórico-instrumental, que acabó dándole su reconocible compás de dos por cuatro, por lo interpretativo, por expandirlo, por sublimarlo… Del tango canción de Carlos Gardel (escuchamos los grandes clásicos: «Volver», «Por una cabeza», «Mi Buenos Aires querido», «Nostalgia» y «El día que me quieras») al tango sinfónico de Astor Piazzola (el sensual «Libertango», «Loving» i «Fear» de sus Five Tango Sensations, el lamento de «Adiós Nonino»), del tango del camino a pie de Atahualpa Yupanqui («Piedra y camino», «A qué le llaman distancia»), rural, filosófico, al tanguito urbano que «le salió» a Fito Páez con «Carabelas nada», un tango de novela negra que se sabe tango.

Y cada vez que Silvia Pérez Cruz volvía al escenario, una ovación y los sentidos y las emociones a flor de piel, con los Gardel, claro, pero sobre todo con su gran final, ese «Loca» de Manuel Jovés y Antonio Viérgol que hiciera famoso Juan D’Arienzo, y su propio tango, el que compuso ella misma en 2018 para el espectáculo Grito Pelao con Rocío Molina, un tango orgánicamente femenino, vital y visceral, un tango que late y habla y gime.

El tango está vivo, el tango sigue bailando porque, a media luz o con orquesta sinfónica, en nuestro fuero interno más apasionado, todos seguimos siendo tango y un bandoneón alarga imposiblemente la nota que nos despertará para invitarnos a bailar en cuanto llegue nuestra pareja.

Crónica realizada por Marcos Muñoz

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