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12.01.2024 Críticas  
Incombustible y pertinente

El Gran Teatre del Liceu de Barcelona recupera la mítica producción de Calixto Bieito de la ópera Carmen de Bizet. Bajo la batuta del maestro Josep Pons, esta Carmen traslada la acción a finales de la década de 1970, en una Ceuta peligrosa en la que se reúnen varios de los tópicos y los iconos estéticos de la España de la Transición.

El escenario del Gran Teatre del Liceu de Barcelona vuelve a acoger la mítica y aclamada producción de Calixto Bieito de la Carmen de Bizet. El maestro Josep Pons dirige una colosal partitura que toma vida con el Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu, Coro infantil – VEUS Amics de la Unió y un elenco excepcional que muestra a Carmen como una persona moralmente depravada que explota sin escrúpulos a los hombres para sus propios fines.

La historia de Carmen es sencilla. Don José (Freddie De Tommaso), un general de brigada del ejército español, cae embrujado por Carmen (Clémentine Margaine), una gitana temperamental cuyo gran don es hacer perder la cabeza a los hombres. Por ella, Don José renunciará a todo –familia, honor, salud– sin obtener nada más que desprecio y el abandono posterior: Carmen preferirá a Escamillo (Simón Orfila), un torero de éxito, y dejará a Don José solo y en la miseria. Su reacción visceral será la venganza por celos, y asesinará a Carmen en Sevilla, a las puertas de una plaza de toros. La muerte de Carmen, por tanto, se presenta como un acto injusto, arbitrario, innecesario, lo que permite una lectura contemporánea en clave de denuncia de la violencia de género como una lacra social injustificable.

Aunque nunca visitó España, Bizet construyó una partitura llena de ritmos de aire folklórico español, arias líricas de enorme pasión, y un motivo recurrente, lento y oscuro, que anticipa la muerte de Carmen. En sus cerca de tres horas de duración, la ópera no baja ni el ritmo ni el nivel; y lo mejor de todo, es que no le sobra nada (ni le falta). Parece mentira revisar una ópera tan redonda y que, en su estreno en París (1875), el público lo recibiera con frialdad y que Bizet nunca se percatara del éxito de su obra maestra, dado que murió tres meses después del estreno. No fue hasta un año más tarde de su estreno, cuando la ópera pasó por Viena, que empezó a admirarse como la obra maestra que es.

La producción de Carmen que firma Calixto Bieito, y que podemos ver actualmente sobre las tablas del Gran Teatre del Liceu, es sexy a la par que grotesca, violenta y subversiva. Un canto a la libertad de la mujer pero, a su vez, constituye una denuncia de la violencia de género en la sociedad. una violencia que, lamentablemente, aun seguimos sufriendo.

La noche que acudí a disfrutar de la ópera, Víctor García de Gomar (Director artístico del teatro), avisaba al público que Michael Spyres, el Don José del primer elenco de la ópera, no iba a poder actuar debido a una indisposición repentina. Al parecer, Leonardo Capalbo del segundo elenco no estaba disponible y, para no tener que cancelar la función, el teatro se puso manos a la obra para encontrar un Don José a la altura y prepararlo en menos de un día y medio. Por lo que explicaron, el tenor Freddie De Tommaso, que estaba ensayando y preparando su debut en el Gran Teatre del Liceu con la siguiente ópera en cartel (Un Ballo In Maschera), se ofreció a realizar el rol que ya había ostentado anteriormente en otras producciones y la ópera pudo llevarse a cabo.

Me gustaría destacar la profesión de Freddie De Tommaso quien, en un día escaso, repasó partitura, posiciones y tiró en adelante un personaje principal que no había tenido tiempo de ensayar a consciencia, para brindarnos una interpretación de altura. Vocalmente De Tommaso estuvo espléndido. Actoralmente, De Tommaso estuvo algo dubitativo en el primer acto (completamente normal, tras la explicación del Director artístico del Liceo) pero los nervios desaparecieron en el segundo acto cuando De Tommaso arrasó con una seguridad excelsa llevándose de calle a un público que lo aplaudió a rabiar en más de una ocasión; y que le agradeció su gesto en los saludos finales.

Junto a él, pudimos disfrutar de (para mi) la mejor Carmen que he visto en escena. Clémentine Margaine que calzó el alma de una Carmen fría, vanidosa, enamoradiza y interesada para ofrecernos una actuación memorable. Así lo agradeció el respetable en los saludos finales. No hubo duda alguna: su fuerza vocal, su coloratura, el timbre de su voz, su afinación impecable y una técnica vocal fantástica que hay que disfrutar la convertía en la Carmen perfecta. Y en la parte actoral, destacar sus miradas, sus movimientos, su andar… todo ella era una Carmen que recordaremos durante muchos años.

El tercero en discordia de la ópera, Escamillo, fue interpretado por el bajo-barítono Simón Orfila. Su porte y su presencia llenaron el escenario cada vez que aparecía en escena. Aunque vocalmente no acabó de convencerme, debo reconocer que el personaje lo defendió con creces; presentándonos un torero en pro.

En la parte del elenco, me gustaría destacar el trabajo de la soprano Jasmine Habersham, quien nos presentó a una joven Frasquita divertida y con un rango vocal admirable.
La mezzosoprano Laura Vila que interpretó a Mercédès quien, junto a Frasquita forman parte del núcleo de amigas/timadoras de Carmen y que, junto a Habersham nos ofreció una actuación vocal excelsa y un acting para recordar.
Por otro lado, si la perfección fuese persona se llamaría Adriana González. El escaso papel que ostenta esta soprano, Micaëla (ex-novia de Don José) es sencillamente entrañable y mágico. La coloratura de su voz es cálida y candente y, gracias a ella, empatizamos rápidamente con los sentimientos de su personaje.
Destacar también el acting que disfrutamos de la mano de Jan Antem, Carlos Cosías y Abdel Aziz El Mountassir el núcleo de hombres que acompañan a Carmen y que, aunque parecen ser lo que mueven el cotarro, es realmente Carmen la que hace lo que quiere, como quiere y con quien quiere.

Por último, destacar el trabajo de los dos coros que aparecen en escena: Coro del Gran Teatre del Liceu y Coro infantil – VEUS Amics de la Unió. El primero es un orgullo escucharle cantar dichas partituras con seguridad y fuerza. Desde aquí, pedimos al Liceu que piense en hacer un concierto exclusivo del coro. Sus continuas grandes actuaciones elevan las producciones que se presentan sobre las tablas del templo de la ópera y hay que alabar el duro y buen trabajo que realizan. Lo mismo ocurre con el Coro infantil – VEUS Amics de la Unió; el cual cada vez está más seguro sobre las tablas del teatro y nos presenta unas actuaciones para el recuerdo.

Como no, me gustaría alabar el trabajo realizado por la Orquesta del Gran Teatre del Liceu, bajo la batuta del maestro Josep Pons, quien impregnó de ritmo una partitura legendaria que no pasa de moda y que nos hace vibrar cada vez que la disfrutamos. ¡Bravo!

Si la Carmen de Bizet ya fue referenciada como una ópera icónica; ahora, en la versión de Calixto Bieito, solo podemos tildarla de incombustible y pertinente.

Crítica realizada por Norman Marsà

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