La primera producción íntegra de un Lorca del Teatre Lliure de Barcelona se estrenó el año pasado y se vuelve a programar estos días en la misma sala. Un montaje del que ha sido su director artístico estos últimos años, Juan Carlos Martel Bayod, que ofrece al público catalán una nueva oportunidad de ver de nuevo Yerma, el clásico de Federico García Lorca.
Después de su estreno en el 2022, y una gira que le ha llevado a ser interpretado en Madrid y en diversas poblaciones catalanas, nos llega un montaje ya madurado, que te atraviesa desde el minuto uno.
Más que una historia, Yerma es un poema trágico y a la vez una ofrenda a la maternidad. Es también, como parte de la trilogía rural del autor granadino (que incluye Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba), un homenaje (casi veneración) a la mujer de la época. Esa mujer que se enfrenta a la realidad que le ha tocado vivir pero que lucha y acaba sobreviviendo a ella.
Esa realidad nos muestra la impotencia de quien quiere ser madre (en parte por naturaleza y en parte por presión social) y no puede serlo. Pero también nos muestra las dudas y emociones que todo ese entramado origina, la persecución de un objetivo para no ser diferente, la necesidad de dar y cuidar a otro ser humano, la auto-exigencia de sentirse realizada y, también, nos transporta a otra época, a otro mundo que, en algunas cosas, se siente tan distante del nuestro. Todo eso es Yerma. Y mucho más. Es poesía y candor. Es violencia, enojo y furor. Es envidia y es amor.
Las ganas que tenía de ver a la Hervás eran muchas. Y después de las referencias que me habían llegado de Jauría (que no pude ver) admito que las expectativas eran altas. Pero, eran expectativas con fundamento. Estaba convencida de que habría un antes y un después de este Lorca. Y así ha sido. En la función, María Hervás lo hace todo fácil pero, a la vez, inmensamente profundo. Encarna de tal manera su personaje que ves a través de sus ojos, sientes a través de los poros de su piel. Te transporta al siglo XX, a cien años atrás, con suavidad. Pero la Hervás siente y la Hervás llora. Así que Yerma te duele. Y te apasionas, porque la Hervás se apasiona. Pero todo lo hace sin forzar. Todo fluye de forma natural con la Hervás.
Junto a ella un elenco que la acuna, como si fuera ese bebé que no puede tener. Al elenco original, formado por ella y David Menéndez e Isabel Rocatti se unen Pep Ambròs, Miriam Moukhles, Marta Ossó y Carla Schilt. Todos ellos fantásticos en su cobertura al personaje central. En este proyecto, los actores no solo narran el texto poético sino que son los responsables de dar vida a las bellas composiciones que Raül Refree ha creado a partir de los poemas de Lorca para este montaje. Interpretan las canciones de la obra, siendo ellos mismos las voces pero también los músicos de los instrumentos formados con elementos que aparecen en escena (como bastones, campanas, cencerros o su propio cuerpo). A ratos acompañan a Yerma, a ratos observan, pero dan fondo al lorquiano cuadro que ha creado Martel Bayod.
La vida que vive y que sufre esta Yerma se presenta en un espacio escénico a cuatro vientos, austero. Sobre una especie de «monte de Venus» formado de ceniza (una forma de representar esa feminidad, esa maternidad árida y estéril…) cubierto por unas volátiles cortinas de gasa donde yace ella la mayor parte del tiempo, mientras lucha contra sus sentimientos, contra su entorno y se aflige ante la ausencia de lo que no llega. Y ahí es donde sufre la maldición de la Eva del Génesis: «Tú desearás intensamente estar con tu esposo, y él te dominará”. Esta propuesta escénica de Frederic Amat ofrece cercanía entre actor y espectador. Casi una comunión: el espectador arropa al elenco. Ellos, a su vez, ofrecen su nana al público que los rodea. El vestuario, a cargo del mismo director y de Rosa Esteva y el diseño de luces de Maria Doménech, además, colaboran con todo el resto para que esos 90 minutos la sala Fabià Puigserver se conviertan en una penetrante experiencia orgánica para el espectador.
Yerma es un montaje maravilloso que, además de hablarnos de la maternidad, también nos recuerda el camino recorrido estos 100 años. Miramos a Yerma y nos vemos en un espejo en el que ya no nos reconocemos. Sin embargo, en la esencia, Yerma y yo seguimos siendo mujer.
Crítica realizada por Diana Limones