Regresa, al Teatro de La Abadía de Madrid, El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca. Una obra de Xavier Bobés y Alberto Conejero, escrita por Conejero a partir de textos de las niñas y niños de la escuela de Bañuelos de Bureba, de su maestro Antoni Benaiges, y de la filósofa Marina Garcés. Una pieza poética y sutil que emociona hasta el tuétano.
En otoño de 1934 un joven maestro catalán Antoni Benaiges (interpretado por Sergi Torrecilla) desembarca en la pequeña escuela de un pueblecito de Burgos, Bañuelos de Bureba. Es un maestro vocacional y bien formado que trae consigo mucha ilusión y un proyecto que podría ofrecer una oportunidad educativa inimaginable en ese entorno rural. Pocos meses después de su llegada Benaiges paga de su bolsillo un gramófono y una imprenta rudimentaria que permitirá a sus alumnos imprimir pequeños textos e involucrarse en la redacción de sus propias obras. En enero de 1936 la escuela de Bañuelos de Bureba publica El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca y su maestro les hace una promesa. Ese mismo verano los llevará a Cataluña para que lo conozcan; aunque nunca pudo cumplir su promesa. Benaiges, como tantos maestros republicanos, es fusilado tras el golpe de estado franquista. Él tampoco volvió a ver el mar.
El montaje, firmado por el dramaturgo Alberto Conejero y el creador escénico Xavier Bobés, nos ofrecen una experiencia inmersiva en la memoria. Objetos e imágenes se abrazan a la palabra para que viajemos a través del recuerdo. Sergi Torrecilla habla e interpreta. A su lado Xavier Bobés se mueve como un tramoyista que despierta de su sueño de cartas, tipos de imprenta o fotos para construir en paralelo un relato visual de contenido poético y sutil. El diseño audiovisual de Albert Coma y el espacio sonoro de Julià Carboneras confluyen en este plano narrativo con un pasaje onírico de ilusión infantil.
El Mar tiene algo de documento biográfico, pero dotado de una poesía propia. La dramaturgia de Conejero sobrevuela la historia de este maestro y de estos alumnos con dulzura. Hay admiración y calidez en su retrato y, de cuando en cuando, arranca una sonrisa. Pero en la narración que nos hace Torrecilla, las fechas caen como cuchillas, con un eco horrible, y uno no puede abstraerse de lo efímero que es ese sueño que maestro y alumnos están viviendo. Y, sobretodo, de lo efímera que será esa promesa. Las sonrisas son amargas y la anticipación del desenlace acosa como una sombra.
El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca es una ventana que nos asoma a un pasado que podría haber sido transformador. Una posibilidad que la historio nos borró, sumergiéndonos en la oscuridad. Su final, sobrio, cadente y desnudo de artificios se anuda a nuestra garganta. Conmueve y revuelve sin consuelo. No podemos reescribir el pasado pero si reconocer y honrar la grandeza de estas vidas humildes que permanecen olvidadas, como sus cuerpos, en fosas perdidas en el tiempo.
Crítica realizada por Diana Rivera Miguel