Lali Symon, el último éxito de Sergi Belbel, vuelve al Teatre Romea de Barcelona tras su estancia durante el Barcelona Grec Festival 2023. Emma Vilarasau se enfunda de nuevo los coloristas trabajes de Lali Symon para meterse en la piel de una monologuista que aparenta lo que no es. Junto a ella, disfrutaremos del gran trabajo de Mont Plans y Júlia Bonjoch.
Lali Symon es una gran estrella reconocida y querida por su público. No es exactamente una actriz, sino una comedianta; una monologuista al uso. Sus shows, irónicos a la par que desgarradores, deleitan a las espectadoras en los teatros y también en televisión. Pero lo que nadie conoce es su auténtica personalidad, ni la vida privada de la estrella, Lali Symon. Y mucha gente se pregunta si ella, que siempre se muestra alegre, ingeniosa, directa y desinhibida frente a la gente, es igual dentro y fuera del escenario.
Cuando se apagan los focos y ella abandona el espacio público de sus monólogos, Lali deja de existir y se transforma en otra persona (¿o podríamos decir también en otro “personaje”?) y mantiene una relación especial y muy intensa con dos mujeres decisivas para su vida privada: su madre y su hija, a las que siempre ha mantenido al margen de su profesión. Lali es un simple personaje creado para los focos, Joana, es un personaje real que, realmente, se parece bien poco a Lali. Poco a poco, entre comedia y tragedia, ambos espacios, ambos mundos empezarán a colisionar y serán cada vez más comunicantes; llegando a entrecruzar la ficción con la realidad de forma casi imposible de separar.
Sergi Belbel nos presenta un hermoso texto que nos muestra la vida de los artistas al bajarse del escenario. Pisar un escenario y crear un mundo ideal y fantasioso es su trabajo; pero eso no quiere decir que su vida personal sea la misma que muestran en escena. Ahí es cuando, entre líneas, se nos lanza la eterna pregunta: ¿Un cómico debe estar siempre alegre? ¿Un personaje público debe estar siempre preparado para que le paren en cualquier lado para pedirle una foto? ¿Puede negarse a ello? ¿Puede hacer una vida normal sin que le molesten fuera de su «zona de trabajo»? En el día a día de las personas que pisan los escenarios, salen en televisión o hacen películas y se hacen conocidas por gran parte del público, parece que la respuesta es un NO. No es la primera vez que más de un fan les para por la calle y les pide un autógrafo o una fotografía y, estos, se molestan si se les niega. Es como si siempre estuvieran al servicio del público y no pudieran tener una vida personal. En este caso, y con la intención de separar los dos mundos, Lali Symon emerge como alter ego de Joana. Separar el escenario de la vida real puede parecer fácil, pero no solo afecta al interesado/a sino a todos sus allegados.
Aunque las intervenciones de Lali Symon con el público me parecen demasiado forzadas (el respetable vive estas intervenciones como si acudiéramos a ver a la artista a un teatro), es la historia en sí lo que realmente nos atrapa. Efectivamente, Lali Symon tiene que aparecer en escena para que entendamos lo que ocurre pero, las intervenciones en sí se me hacen demasiado monotemáticas y tediosas. Lo que realmente disfruto desde la butaca es la vida de Joana y cómo el personaje de Lali afecta a su persona (y a toda su familia). En esa tesitura, Emma Vilarasau está fantástica, imponente y enérgica. Pero, aun con ello, las que se llevan la ovación del público son Mont Plans y Júlia Bonjoch. Ambas arrasan con la obra y se convierten en las absolutas protagonistas de una historia familiar que nos descoloca continuamente. La relación abuela-nieta salpicada por el mundo de los focos de la generación intermedia, nos da una historia fantástica de la que disfrutar. Ambas, monstruos sobre la escena, desatan sonrisas, carcajadas, admiraciones y grandes aplausos en el final de la función.
En la parte técnica, me gustaría destacar los cambios rápidos de vestuario que, en más de una ocasión, Emma Vilarasau nos ofrece en segundos. Como pasar de Lali a Joana no es sencillo y la magia del teatro se apodera de esos momentos que, cada vez, son más acotados. Bravo por Nídia Tusal y el equipo de vestuario.
Por su parte, la iluminación de Kiko Planas y la escenografía de Max Glaenzel y Josep Iglèsias nos deja claro, en todo momento, en qué espacio nos encontramos. Si estamos en una de las actuaciones de la Symon o si, por el contrario, la vida real se muestra sobre las tablas. Aun así, parece que la espectacularidad de los cambios está relegada a la voz en off y el cambio escenográfico de cortinas, luces que descienden, etc… Este, en algunos momentos se hace repetitivo y nos falta algo de variación.
En resumen, aunque salgo contento del espectáculo, hay algo que hace que no lo haya disfrutado completamente. Los momentos de Lali Symon se me hacen demasiado tediosos mientras espero retornar a la historia que ha cautivado mi mirada; la historia familiar que engloba a tres generaciones de mujeres que conviven como mejor saben. Aunque, ya sea bajo los focos o en la penumbra de la casa, las mentiras dirijan sus vidas.
Crítica realizada por Norman Marsà