En el teatro catalán, la tradición navideña secular son los pesebres vivientes y los «Pastorets». Pastorets hay muchos y diversos, no solo los de Folch i Torres; cada población y centro cívico ha ido creando su versión. Modernizando y musicalizando la tradición, Ricard Reguant escribió en 1978 Pastorets Superestel; unos pastorets que ya son toda una tradición navideña en el Jove Teatre Regina de Barcelona.
Fiel a su compromiso navideño, y a su entrega al teatro familiar, la compañía teatral La Trepa ha vuelto a poner en escena Pastorets Superestel, con texto de Reguant y canciones de Toni Olivé y Joan Olivé. Como obra viva, popular, con gags y canciones renovadas, entre el rock, el pop y el musical tradicional, pero con un sabor clásico en los planteamientos que no deja de ser reconfortante.
Tras un prólogo ambientado en el presente, y que recalca la vigencia de lo que se cuenta en estas historias navideñas, Pastorets Superestel empieza en el infierno, toda una declaración de principios, y tras un arranque que haría las delicias de los Gaiman y Pratchett de Buenos Presagios, nos deja claro que le interesan tanto los pastorcillos como la pareja de demonios que se va a enfrentar a ellos: Piula Correcama (entrañable Gerard Flores), bebedor empedernido con toques surrealistas, y el Gran Tronera Major (carismático Marc Miramunt). Bajo la dirección de Maria Agustina Soler, conforman una pareja de Augusto y Clown mayúscula, divertidísima, y se erigen en protagonistas absolutos de la pieza.
En el lado terrenal, una multitud de pastorcillos donde destacan otras dos parejas: los inocentes hermanitos Toieta (Mariona Campos) y Cigronet (Mireia Lorente-Picó), técnicamente los verdaderos protagonistas de la obra, y sus veteranos padrinos, el enfrentado matrimonio de Florentí Pallofa el inventor (Enric López) y la señora de la casa, Rufina Marcofa (Esther Pérez-Ferrer). Gente de la tierra, entre la candidez, el ingenio y la mala baba que son propia de la condición humana. Y un paso más lejos, haciendo acto de presencia solo en los momentos más delicados (y a ritmo de pop empalagoso), el arcángel San Miguel (Olga Fañanás).
La Trepa conoce muy bien la pieza y aprovecha tanto la comedia como los números musicales para ofrecer una tarde de teatro familiar que entretiene a los niños y a los padres. Las coreografías que firma Esther Pérez son sencillas pero eficaces, sobre todo en los números de conjunto, la dirección musical del propio Joan Olivé resulta igualmente oportuna, y el vestuario que ha procurado Jose A. Carrasco eleva las interpretaciones de todos. La escenografía de Tero Guzmán es engañosamente simple, pues los decorados sobre planchas de cartón (que remiten a la tradición de la obra) tienen múltiples facetas y juegan con las luces de Francesc Campos para producir un efecto de conjunto práctico a la par que inmersivo.
Pastorets Superestel no revolucionará el mundo del teatro musical. Tampoco lo pretende. Pero es sólida y es cálida, y entretendrá a cualquier familia durante toda su duración, lo que, citando a un clásico del humor, «no es cosa menor; dicho de otra forma, es cosa mayor». Y, a la salida, hará que todo el mundo no pare de hablar del diablo (¿de cuál? De los dos). Eso sí que es una apuesta por el rock’n’roll y no la de Bunbury…
Crítica realizada por Marcos Muñoz