La isla del aire llega al Teatro Español de Madrid tras su estreno en Barcelona. La obra, dirigida por Mario Gas, es la adaptación escénica de la novela de Alejandro Palomas (primera parte de la trilogía El tiempo que nos une). Nuria Espert y Vicky Peña encabezan el elenco compuesto por cinco excepcionales actrices.
Cinco mujeres de tres generaciones de una misma familia se encuentran en Menorca. Todas ellas tienen en común el fracaso. Todas están rotas a su modo y todas guardan secretos, rencores y pérdidas. Conversarán mucho, y entre medias verdades y mentiras veladas irán poniendo palabras al dolor, convirtiéndolo en algo visible con el que dialogar. Todas confluirán a su modo en una catarsis dirigida por la matriarca de la familia, la abuela Mencía (interpretada por la siempre inmensa Nuria Espert). Una mujer ácida, inteligente y manipuladora que empujará a sus hijas y nietas a afrontar la pérdida y negociar con ella.
La isla del aire es sobre el papel un drama, uno con mayúsculas, que sin embargo transcurre por una vía amable en la que todo queda contenido. El dolor aparece pero no llega a conmocionarnos, en parte por la limitación de un texto que no logra saltar del escenario. El diseño de personajes es equilibrado y bien definido, y los diálogos fluyen con naturalidad, pero la emoción, pese al inmenso trabajo de sus actrices, no nos sacude. Algo se queda clavado.
Mario Gas dirige a las cinco actrices con la maestría que se le presume. Vicky Peña, Teresa Vallicrosa, Clàudia Benito, Candela Serrat y, la ya citada, Nuria Espert ofrecen un trabajo delicado y sensible. Vicky Peña contiene el dolor en una madre huérfana de hija, siempre a punto del quiebro, pero íntegra. Su interpretación arrancó el aplauso espontáneo durante el estreno.
Si la dirección es buena y el elenco sobresaliente, ¿dónde está entonces la causa para la tibieza del montaje?. Es difícil identificarlo. Probablemente sea una suma de muchas tibiezas. Por un lado el texto, que demanda algo de poesía que no logra trasladarse de la novela a la adaptación dramática. Por otro lado, el diseño escénico ideado por Sebastià Brosa, aunque pretende ser evocador, resulta demasiado teatral. Es demasiado voluminoso para una historia que procura ser íntima, y demasiado áspero para una relación que busca limar aristas. Tampoco la iluminación de Paco Ariza, otro grande, logra elevar la escenografía; aunque consigue momentos muy bellos. Idéntico resultado ofrecen las proyecciones de Álvaro de Luna que nos remiten a un mar presente como un horizonte y amenaza, y a la vez como punto de fuga. Cada elemento del montaje que enumeremos nos conduce a la misma conclusión. Todos son excelentes premisas que se enfrían, ofreciendo un buen resultado que, sin embargo, no alcanza a satisfacer las expectativas que el cartel nos despierta.
La isla del aire nos ofrece la historia de cinco mujeres en busca de rumbo, interpretadas por cinco soberbias actrices. Su trabajo, esmerado y delicado, constituye el mayor interés de este montaje y su mejor acierto. Si tenemos en cuenta además que puede ser la despedida de los escenarios de Nuria Espert, actriz legendaria, deberíamos acudir sin dudar al teatro y ovacionarla en pie.
Crítica realizada por Diana Rivera Miguel