Traumas, santuarios y rock duro: el pasado jueves 30 de noviembre, los experimentados Black Veil Brides y Halestorm volvían por nuestros lares, a la Sala Apolo de Barcelona (y días después, a la Riviera de Madrid), acompañados de una joven artista que ha cambiado las discográficas tradicionales por SoundCloud, Spotify y TikTok: Mothica.
Había expectación en la Sala Apolo de Barcelona desde las seis de la tarde: Halestorm pasó por Razzmatazz hace justo doce meses, pero a los Black Veil Brides solo se les había podido ver en Barcelona una vez… en 2013. La mayoría de los asistentes se repartía entre los que habían venido por los hermanos Hale y los que venían por los BVB de Andy Biersack… pero, aunque, se estrenaba en la ciudad condal, también Mothica (McKenzie Ellis) tenía su legión de seguidores.
Y la bienvenida de Ellis marcó lo que iba a ser la dinámica de la noche: tres propuestas diferentes pero con un sentimiento de hermanamiento y de pertenencia por encima de todo. Mothica, a todas luces la más desconocida de las tres bandas, se metió a todo el mundo en el bolsillo a base de sinceridad, emoción y una generosa empatía. Sinceridad y emoción que van de la mano, pues la historia de sus traumas de adolescencia nutre sus canciones, su dolor y su denuncia: «Casualty» o «Forever Fifteen», temas que hablan en primera persona de depresión, tentativas de suicidio y de alzarse contra el maltrato unían su voz dulce a una base instrumental de pop-rock con atisbos emo y punk. Pero además estrenó un tema inédito y encontró el mínimo común denominador de toda la sala: «algunos ya me conocíais, otros me acabáis de descubrir… Pero todos hemos visto Shrek«, para pasar a marcarse un «All Star» que fue pura comunión con la sala entera.
Hay muchos Black Veil Brides en Black Veil Brides. Por mucho que les hayan querido etiquetar como emo, glam rock o herederos de Kiss o emo, lo cierto es que BVB se reinventa no ya a cada disco, sino a cada tema. Para este retorno a Barcelona se desprendieron de la mayoría de artificios y se presentaron a puro rock. Tras un arranque potente con «Crimson Skies» de 2021, el setlist jugó un poco sobre seguro, con temas musicalmente solventes («Rebel Love Song», «Nobody’s Hero», «Scarlett Cross», «Torch») pero sin las originalidades más suculentas del grupo, que aunque daban juego a la voz (gutural o heróica) de Biersack, trazaban arcos dinámicos similares para las guitarras de Jake Pitts y Ashley Purdy. Los grandes himnos de la banda, sin embargo, siguen siendo infalibles: «Wake Up», «Fallen Angels» y, por supuesto, «In The End» fueron lo más distintivo y lo mejor de su concierto.
Halestorm saltó a la palestra sabiéndose el plato principal de la noche, y Lizzy Hale empezó desgarrándose con un «Raise your horns» a capella que estalló en su emblemático «I miss the misery». Una declaración de intenciones artísticas, como lo fue su declaración de que la sala de conciertos es el espacio seguro, el santuario para todos los que allí se encuentran. Volaron las canciones nuevas y antiguas, desde el «Takes my life» de su EP de 2005 One and Done hasta el reciente «Wicked Ways» de su último álbum Back from the Dead, de su primer single «I Get OFf» de 2009 al «Love Bites (So Do I)» de 2012 o sus revisionadas «Terrible Things». La banda desplegó toda su baraja de géneros más y menos duros, con apuntes jazz, gospel o incluso melódicos, y ni siquiera Lizzy Hale se resignó a usar solo su vendaval vocal como única arma, fluyendo a voluntad registros diferentes. Toda la banda lució sus mejores galas musicales, pero fue sin duda el hermano de la cantante, Arejay Hale, quien ofreció un espectáculo a la batería difícilmente olvidable, con el resto de la banda o en solitario, musical, acrobático e incluso atreviéndose con las baquetas más grandes del mundo.
Atrás quedan los tiempos de las rencillas entre bandas, del «ellos o nosotros»: el rock une corazones. Esta nueva (aplíquense las comillas requeridas) generación de rockeros del siglo XXI es generosa y abre sus brazos para sumar más, conectar desde su esencia personal y darnos música, emoción… y galones y galones de rock más o menos duro, pero siempre sincero e inspirador. Cada uno llegó fan de su grupo: nos fuimos todos fans de los tres. Todo un triplete de ases del pop, el emo y el metal más poliformes.
Crítica realizada por Marcos Muñoz