El 41º Festival de Otoño de Madrid estaba repleto de estrenos y propuestas interesantísimas, casi preparando un epílogo memorable de la dirección de Alberto Conejero, y una de ellas este Sodoma en la sala Mirador, de Lobato & Rojas, una autoficción de género fantástico sobre la construcción de la identidad y la memoria de todos aquellos que construyeron el camino de baldosas amarillas.
Azazel y Belial (Jon Muñoz y León Molina) se refugian en Sodoma en la casa de Lot ante el acoso de la población que les buscan para conocerles, damos por hecho que «bíblicamente». Los ángeles llegan con el cometido de buscar al menos a un hombre justo en la ciudad, y a quien terminan encontrando es al Autor, al Dramaturgo, al Sodomita (Julio Rojas), que será juzgado por sus acciones, sus pecados, y sus perversiones. La liturgia se torna en juicio y la homilía se celebra con la carne.
Tras Martirio, Lobato & Rojas dejan atrás los ficciopics para pasarse a lo que podría ser su versión de la autocienciaficción de Begoña Méndez, volviendo a ese universo mitológico que ya se visitó en Más muerta que viva para Losdedae, y que ahora, en lugar de seguir cultivando el griego, se pasan a la mitología cristiana, tan arraigada en nuestra educación y carácter.
Descubro en Sodoma a un Julio Rojas vulnerable y expuesto, desvergonzado y sincero, o quizás ya he entrado en su juego y su relato no es mas que una provocación, un juego mental en el que inducir al público a formar en su cabeza todas las imágenes de un relato erótico y sexual. Si Sodoma es un dirty talk teatral, queda al juicio de cada uno, y a la mente calenturienta de cada miembro de la audiencia.
No es casual que agotasen entradas en menos de 10 horas de la puesta en venta de las entradas, puesto que las imágenes promocionales, y todos aquellos que conocen la trayectoria de Aarón Lobato y Julio Rojas, al menos saben que el envoltorio es (muy) atractivo: llegas por los chulazos y te quedas por el fondo del montaje. La Trama aquí, junto a Rojas, son Jon Muñoz y León Molina, dirigidos por Lobato, en un combate interpretativo donde la dialéctica es la clave, y solo con los registros lingüísticos de Azazel y Belial, así como de su gestualidad, podemos rellenar todos esos huecos en la biografía de estos ángeles venidos. Jon Muñoz es un ángel de barrio, desinhibido, libre de complejos; León Molina es un ángel intelectual, reprimido y célibe, que vive su propia batalla en el interior. La compenetración y la química entre ambos es fantástica, y su juicio al Sodomita, memorable.
En esta historia, como en la Historia, la mujer es un adorno, la moneda de cambio, el contrapunto dramático fuera de plano sobre la que cargar el peso de la moral y el castigo divino. Hornella Góngora será Edit, la mujer de Lot, la madre de las hijas ofrecidas para calmar las ansias de un pueblo, y la estatua de sal que quedará en el camino de huida de la lluvia de fuego y azufre que destruyó Sodoma. Su show es un posfacio que me sacó de la propuesta que es Sodoma, y que aún siendo sensacional, muy bien acogido por el público, y un contrapunto de justicia histórica por todas las que no están, no aprecié y se me hizo cuesta arriba.
El lugar que ocupa Sodoma en el Festival de Otoño, y su acogida en la programación de este año, es la consagración para gran público de Lobato & Rojas, siempre presentes en festivales y como propuestas emergentes, pero al fin conquistando un lugar que al que el pequeño formato en muchas ocasiones no llega. El 2023 está siendo un gran año de conquista de grandes plazas por compañías que llevan poblando las Off desde hace años, y que a fuerza de constancia y un talento siempre innegable llegan para demostrar que no es preciso venir de sagas de actores, ni contar con grandes escenografías ni rostros de la tele para llenar una sala; el talento, la profesionalidad y las familias interdisciplinares elegidas son la clave del éxito, y la familia Lobato & Rojas ya es Historia del Teatro.
Crítica realizada por Ismael Lomana