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22.11.2023 Críticas  
Nostalgia ochentera

Todos los viernes Jordi Merca nos invita a recordar infancias ochenteras y reírnos a carcajada abierta de nuestra propia nostalgia en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero… ¿lo fue?

Todos los himnos ochenteros que alguna vez cantamos la generación X, aunque lo neguemos, nos dan la bienvenida al teatro. Mario Martínez, concursante de una edición de OT de las que ya casi nadie veía, con guitarra y chaleco vaquero calienta un público que a los primeros acordes demuestra venir sin objeciones y muy dispuesto a darlo todo. Radio Futura, Nacha Pop, Danza Invisible, Seguridad Social, Tequila o Los Ronaldos. Canción tras canción se levantan los ánimos y se caldea la platea. Cuarentones y cincuentones, perdón, cuarentañeros y cincuentañeros, milenials y algún despistado de la generación Z se entregan con tal entusiasmo que parece imposible sacar al telonero de escena.

Pero aunque sea con boicot indisimulado desde la mesa de luces, Mario Martínez abandona la guitarra con ovación merecidísima de la platea y el show arranca. Jordi Merca se presenta entonces con bici crossera, como un extra de los Goonies o Verano Azul, y nos propone un espectáculo de stand up con un guión sólido y muy divertido, que sin embargo resulta mucho más divertido cuando improvisa e interactúa con el público. Los recuerdos infantiles nos desinhiben, y esta identificación colectiva generacional refuerza vínculos de grupo, haciendo del público una fuente inagotable de anécdotas imposibles que Jordi Merca explota y magnifica en favor de la comedia. Nada queda en pie. Pasamos por el colegio y sus clase de gimnasia con chandal de tactel, fiestas de cumpleaños, tardes de aburrimiento extremo mirando el cuaderno de Vacaciones Santillana, programas de la tele con rombos, sintonías, y horas invertidas en escuchar radio fórmulas sólo para grabar una canción en un cassette de 90 minutos. Desde Naranjito a Cobi, dos generaciones encontrarán en este espectáculo un reducto para reírnos un poco de cómo éramos y echarnos de menos sin drama.

Un plan sin fisuras que aunque no se dirija a aquellos que no tienen recuerdos de la inauguración de los Juegos Olímpicos 1992, los hará reír a carcajadas igualmente. Yo sobreviví a la EGB, lo advierte desde el título, es un espectáculo hecho a la medida de quienes ya peinamos canas y tapamos calvas, en el que Jordi Merca se regala y nos regala hora y media de risa de la buena. Con cada tecla del organillo Casio, Merca está disparando un millón de recuerdos que sólo con materializarse nos arrancan la sonrisa.

Sobrevivimos a la EGB, y a los años 80, y a los 90, y no creo en modo alguno que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Cualquier tiempo pasado es simplemente pasado pero Merca nos recuerda lo divertido que fue.

Crítica realizada por Diana Rivera Miguel

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