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03.11.2023 Críticas  
«Pren mossèn» y otras delicias sanguinolentas

Sweeney Todd, el barbero satánico de Fleet Street es uno de los hitos más comerciales de Stephen Sondheim (aunque no al principio), y uno de los templos de nuestro teatro musical gracias a las producciones de Mario Gas con Constantino Romero (1995) y Joan Crosas (1997, 2008). Para Halloween, el Palau de la Música Catalana de Barcelona nos ha ofrecido su versión concierto, evento habitual en el mundo anglosajón pero rara avis por estos pagos.

Andreu Gallén ha sido el director musical e impulsor de esta velada única y tan especial para el musical. La ópera oscura Sweeney Todd, multipremiado título estrenado en Broadway en 1979, se inspira en los sangrientos «penny dreadful» londinenses de finales del siglo XIX para contarnos una historia de venganza, muerte, opresión, canibalismo y, de vez en cuando, amor. En este concierto dramatizado, se han respetado al completo la música y las letras de Stephen Sondheim, traducidas al catalán por Roser Batalla y Roger Peña para la versión del 95, mientras que el libreto de Hugh Wheeler (a partir de la obra original de Christopher Bond) ha quedado reducido a la mínima expresión necesaria para contar la historia, reduciendo en unos 40 minutos la duración del espectáculo. Aún así, se atendió a muchas de las acotaciones de Sondheim, como que los actores que dan vida a Sweeney Todd y la Sra. Lovett entren los últimos en escena.

Resulta difícil transmitir la profunda emoción que supuso ver y oír a Miquel Fernández encarnando a Benjamin Barker, alias Sweeney Todd. Valga decir que el primer contacto de quien suscribe con su trabajo fue su primer musical, interpretando al Narrador de otro Sondheim, Assassins, en la Barcelona de 1997. La misma por la que corría el Sweeney de Crosas… Uno sabe que Fernández es un actor sobradamente preparado para encarnar a Todd, y aún no pudo evitar que se le pusiera la piel de gallina cuando blandió la navaja y su brazo finalmente estuvo completo. Un actor magnífico para un personaje complejo, capaz de mantener la oscuridad incluso en los momentos más ligeros, y que solo mejorará con los años. Digno, siniestro, herido, cáustico. El mejor líder para este elenco.

A su lado, otro acierto de casting, y voy a dejar de decirlo porque creo que prácticamente todo el elenco de este Sweeney estuvo de 10. Para nuestra parlanchina, enamoradiza y turbia señora Lovett se ha elegido a Anna Moliner, lo cuál no solo funciona, sino que se hace eco de la relación que Sondheim establecía, en su libro Finishing the hat, entre este personaje y el de Amy en su otro musical Company… personaje que Moliner acaba de interpretar en el montaje dirigido por Antonio Banderas. La parlanchina caótica («The Worst Pies of London») vs la parlanchina hiper-focalizada («Getting Married Today»). Moliner consigue algo que aprecía imposible: borrarnos de la mente la icónica versión que creara Vicky Peña y hacer el personaje totalmente suyo, establenciendo químicas, rasgos y empatías malsanas propias. Matiz siempre antes que parodia. Un triunfo.

Los dos jóvenes amantes de la historia, Anthony Hope y Johanna, que en otras circunstancias hubieran sido los protagonistas del musical, aquí se ven relegados a un segundo pero muy importante plano, orbitando siempre alrededor de los planes de venganza del barbero satánico. Repite la pareja de enamorados de Golfus de Roma, Eloi Gómez y Ana San Martín, bien dotados para sus roles y sus canciones. Sí cabe un aparte para encomiar particularmente la pureza de la voz de San Martín, insuperable durante la noche. En sus interpretaciones, sin embargo, parecían seguir a ratos el juego de amantes locos de Golfus, y otras se imbuían más del carácter de horror folletinesco de esta pieza. El contraste no molestaba, en una obra que lo necesita continuamente.

La pedigüeña loca de esta obra es un papel secretamente clave para la trama, aunque su personaje no tenga un nombre hasta el final de la obra. La experiencia de Maria Santallusia en obras como Ruddigore o El crim de Lord Arthur Savile la hacían idónea para el papel, y supo extraer de su personaje la mezcla de patetismo y escándalo necesarios. Al joven Jan Gavilan (Tobias Ragg) le vino un poco grande la icónica «Not While I’m Around», pero en el resto de interpretaciones funcionó suficientemente bien, e incluso de forma notable en el tramo final del sótano.

Es difícil plantear quién es el «villano» en esta pieza. Pero como adversarios principales de Sweeney tenemos a Adolfo Pirelli (carismático y muy efectivo Ivan Labanda, protagonista de la anécdota de la noche cuando mantuvo el personaje mientras le recolocaban el micrófono que se le había caído), el juez Turpin (un Xavier Fernández más moderado que otras interpretaciones del personaje, hubiera sido interesante ver su interpretación de la orgásmica versión de «Johanna» que fue eliminada del montaje original) y su adláter Bamford (Jordi Vidal, sutil en sus primeras apariciones pero glorioso y tenebroso en sus «Parlor Songs»). Todos memorables en sus actuaciones, todos más allá del concierto, la dirección escénica de Jordi Prat i Coll, secundado por Anna Llopart y David Pintó, resultó en todo momento un acierto, una suma constante que elevaba el conjunto.

La Orquesta Camerata Penedès, dirigida por Andreu Gallén, cumplió con todo lo que exigía la partitura, haciendo un magnífico uso del fabuloso órgano de 1908 del Palau de la Música, particularmente en la obertura del concierto, pero una y otra vez a lo largo de toda la velada. Igualmente el Cor Jove de l’Orfeó Català se convirtió en parte imprescindible para el evento, no solo personificando el coro griego de la siniestra melodía inicial y sus variaciones durante la obra, sino convirtiéndose en multitud de ciudadanos de los alrededores de Fleet Street (a Sondheim no le gustaban los coros monolíticos si eran realistas), de voz y de cuerpo presente (Sweeney no perdona casi a ningún cliente), e incluso en los locos del Manicomio Fogg. Bajo la dirección de Pablo Larraz y Oriol Castanyer, el coro elevó el concierto multitud de veces, y demostró una vez más que juventud y experiencia pueden ir de la mano cuando se trabaja a fondo.

Una velada esperada, gloriosa, única y (podemos soñar) ¿repetible? Quizás el inicio de algo más, quizás solo una noche mágica para el recuerdo. Poderosa y llena de talento, un sueño para el Palau de la Música. Solo algo la empañó, y fue una queja repetida por el público, estuviera en platea, primer o segundo piso: la microfonía, insuficiente para hacer entendibles las voces de los solistas en las muchas partes en que la orquesta subía la intensidad por encima del mezzo-forte. Asumimos que es difícil conseguir un sonido óptimo para un evento con tantas piezas que solo se representa una vez, pero a estas alturas del siglo XXI debería ser más fácil conseguir que cantantes profesionales con micrófono puedan oírse por encima de la orquesta. No enfadéis a Sweeney…

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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