Antes de The Wild Party y La familia Addams, el compositor Andrew Lippa debutó como autor teatral junto al novelista infantil Tom Greenwald con John & Jen. Este musical sobre relaciones familiares en la cambiante América de la segunda mitad del siglo XX regresa a la cartelera barcelonesa, donde puede verse hasta finales de noviembre en el Teatre Gaudí, dirigido por Xavi Duch.
El teatro musical se ha preocupado durante cientos y cientos de horas de mostrarnos los mil aspectos de las relaciones románticas. El enamoramiento, la persecución, los obstáculos, los peligros, la pérdida del amor, el descubrimiento del amor, el miedo al amor, la multiplicidad del amor. Novios, esposos, divorciados, viudos. Pero hay otro tipo de relaciones afectuosas que el musical ha puesto menos en el centro del escenario: las de hermanos, por ejemplo.
Y ese es el punto de partida de John & Jen: la relación de dos hermanos entre los años 50 y la Guerra de Vietnam en los 70. En circunstancias familiares complicadas, la mayor, Jen, promete estar siempre al lado de su hermano John, pero acaba por traicionar aquella promesa infantil para alejarse del peligro y vivir su propia vida. Eso lleva a John a alinearse con facciones ideológicas opuestas a las de Jen, un error que en el segundo acto ella querrá corregir con su propio hijo, al que también ha llamado John.
La obra recorre principalmente la peripecia vital de Jen, en contraposición a la cual aparecen su hermano y luego su hijo, a los que quiere con locura pero con los que les separan el espacio, el tiempo, las obsesiones y los miedos. John & Jen es un tratado sobre las promesas incumplidas, cuando no somos lo heróicos que requieren las circunstancias de nuestras vidas, y el daño que hacen, en los demás y en nosotros mismos. También sobre el apego al pasado que se fue y la venenosa seducción de corregirlo a través de otra persona.
Las intenciones son muy buenas, y en gran parte el desarrollo de los personajes y varias de las canciones cumplen sobradamente con el objetivo. El final del primer acto es ciertamente atrevido. Pero se nota que esta es una obra inicial para Lippa y Greenwald: plantear toda la historia a través de canciones pero dando repetidos saltos temporales, les obliga a centrarse en los momentos álgidos de las relaciones. Todo el primer acto de John & Jen podría haber sido una obra entera, de haberse rellenado los huecos y dado espacio a las relaciones y sentimientos para fluir de manera natural en vez de surgir a borbotones, a veces cambiando súbitamente. El drama y el impacto acaban por insensibilizar al espectador: si casi todo momento es crítico, ninguno lo es. De hecho, las canciones más interesantes son las que se salen del ciclo de constante melodrama familiar (aunque sea el tema clave) y se fijan en aspectos más convencionales o personales de las relaciones, las sensaciones de ser niño, de tener hermanos fastidiosos o una madre fan o hijos rebeldes. El ingenio que despliega en esas situaciones, la comprensión de la condición humana, es verdaderamente atrayente.
Partiendo de eso: Anna Valldeneu (Jen) y Marc Pociello (John) cogen el ciclo musical y, bajo la dirección de Xavi Duch, lo llevan a término con convicción y mucho conocimiento; no en vano ya lo estrenaron en la misma sala hace cinco años. Pociello destaca principalmente en sus etapas infantiles, bien diferenciadas y exploradas interpretativamente (también le toca el personaje menos simpático de los dos, y no intenta dulcificarlo aunque sí defenderlo), mientras que Valldeneu toma las riendas del espectáculo, madurando progresivamente con los años y los golpes de la vida, y con una voz magnífica cuanto más le pide la partitura. La traducción al catalán de David Pintó, que se estrenara ya en el primer montaje en Barcelona, en el Versus Teatre, allá por 2006, fluye con efectividad y naturalidad, adaptándose a cada momento vital de los personajes y facilitando un fraseo orgánico.
La banda musical en directo (Andrea Peirón y Valentí Querol, dirigidos por Filippo Fanò) cumple sobradamente con las necesidades de la partitura; a veces de manera literal. En varios momentos el volumen del trío instrumental tapa las intervenciones de los actores, que incluso microfonados tienen que luchar para que se les pueda escuchar bien em el Teatre Gaudí. Una de las ventajas de la sala, que todo el mundo interpreta tremendamente cerca de los espectadores, se convierte en un factor que hay que tener en cuenta y adaptar a la banda, lo cual podría ser comprensible en una primera, pero es menos aceptable en una reposición con el mismo director musical.
Teniendo en cuenta todo lo dicho (que es una obra primeriza, que tiene algunos defectos de planteamiento, que hay demasiada música, que la intensidad instrumental necesita ajustarse), el trabajo escénico que hacen Pociello y sobre todo Valldeneu es muy interesante, la historia es emotiva, y los momentos más sorprendentes y que juegan realmente con las posibilidades del medio (los deportes, la televisión) nos dan un destello de lo que acabaría siendo Lippa unos pocos años después, y de que ya en 1993 le intrigaba explorar los mecanismos internos que nos hacen falibles y humanos.
Crítica realizada por Marcos Muñoz