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08.11.2023 Teatro  
Palabras que narran la historia

Vuelan palomas llega al Teatro de La Abadía de Madrid. Una producción conjunta de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro de La Abadía que, con un texto de José Luis Gómez y Javier López Huerta construido a partir de sermones religiosos y laicos, compone este Arte de sermones para tiempos inciertos.

Vuelan palomas se presenta como un viaje que utiliza la palabra como medio de transporte, a la vez que destino. Un homenaje a la fuerza invisible que tiene el verbo para construir mundos y seducir voluntades. Una dramaturgia de gran calidad literaria que se presenta en cinco cuadros con título propio, en los que se recogen sermones religiosos del siglo XVII, poesía mística a la que se entregaron las mujeres que no tuvieron acceso al púlpito, y discursos filosóficos, para cristalizar en un epílogo final con las palabras de María Zambrano. Un viaje literario que además se convierte en una semblanza de nuestra propia historia blandida a golpe de retórica. Sin embargo, pese la calidad y el interés literario e histórico de los textos seleccionados, los cinco actos parecen huérfanos de un hilo que los vertebre.

Falta un discurso de límites claros que actúe como guía. Sin él, y a pesar de encontrarnos con temas y tonos similares en cada sermón, cada fragmento de la obra despierta interés por separado, pero no en su conjunto. Y esta conclusión es frustrante porque Vuelan Palomas tiene momentos de una belleza plástica sobrecogedora. Inmensa. El trabajo que despliega su elenco compuesto por Clemente García, Roberto Mori, Marcos Toro y Lidia Otón es hipnótico. Su desarrollo gestual y el equilibro de los acentos en los distintos personajes es soberbio. Construyen imágenes de una presencia casi pictórica en la que hay que aplaudir el trabajo de Mar Navarro como maestra del cuerpo. Pero entre la multitud de cuadros que componen en escena hay tres momentos, todos ellos protagonizados por Lidia Otón, que palpitan en la memoria cuando abandonamos la sala, y por distintos motivos. El primero es un martirio llevado a cabo por la Inquisición en el que, con un sentido escenográfico y dramatúrgico de sencillez brillante, logra despertarnos auténtico malestar físico e incomodidad. El segundo nos lleva a un espacio sugestivo y perturbador con la representación de un éxtasis místico. Y el tercero, el más intenso de todos ellos, reproduce el descenso y piedad de Cristo con una belleza sobrecogedora, pictórica. La excelente iluminación de Raúl Alonso y el vestuario de Deborah Macías crean una plasticidad que nos hace recordar la viveza de colores de una tabla flamenca.

El último elemento que hace de Vuelan Palomas un montaje emocional es su espacio sonoro que interviene con dimensión propia. Alberto Granados es responsable de la composición musical, presentando un viaje desde la música barroca al techno, aunando estilos y dando forma a este marco perfecto en el que las palabras se crecen y toman forma.

Vuelan Palomas interesa y emociona. Nos ofrece un género, el del sermón, que pese a su indudable teatralidad no imaginamos en un teatro, y lo hace con excelente dramaturgia y escenografía, en un ejercicio de plasticidad gráfica, aunque su principal objetivo, la palabra, se desvanece sobre todo hacia el final en una precipitada conclusión. Se le pueden poner objeciones a su estructura narrativa pero el montaje en su totalidad es fascinante, sin glosa ni reparos.

Crítica realizada por Diana Rivera Miguel

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