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02.11.2023 Críticas  
Victimas y victimarios atrapados en la decadencia

Upa Producciones llega al programa del Off La Villarroel en Barcelona con Los finales felices son para otros. Una obra que nos propone una adaptación de Mariano Saba de la obra Ricardo III, de William Shakespeare, llevada a la cotidianidad de una familia argentina marcada por la mediocridad y la violencia.

En Los finales felices son para otros, dirigida por Nelson Valente e Ignacio Gómez Bustamante, nadie es inocente y nadie juega limpio. Esta es, tal vez, la reflexión que nos deja la obra: que ni siquiera los que han sido víctimas, quedan alejados de la posibilidad de convertirse ellos mismos en victimarios. ¿Un entorno hostil genera necesariamente personas violentas? ¿Es posible el encuentro de alternativas en una familia marcada por unas dinámicas de menosprecio constante?

La Villarroel se convierte en una vieja fábrica de fundidos, llevada por tres hermanos que se dedican básicamente a la chatarra y que intentan subsistir en un contexto muy marcado por la decadencia de una Argentina post-crisis. Lo que se puede ver en escena es como este contexto genera en algunas familias, dinámicas de precariedad constante, que algunos creen que logran hacer frente a través de aplastar al otro.

Desde el inicio de la obra el público ya es testigo de que la relación entre los tres hermanos se basa en la violencia, especialmente aquella que recibe Ricardo, marcado por su compleja fisonomía, la cual Julián Ponce interpreta y controla a la perfección, demostrando un trabajo actoral físico impecable.

El personaje de Ricardo está inspirado en la definición del rey Ricardo III que hizo William Shakespeare, caricaturizando un monarca despiadado que, según parece, no tenía ninguna de las deformidades que se le habían adjudicado.

Julián Ponce sabe llevar su personaje al extremo de una forma que desquicia a cualquiera. Inicialmente, el público se siente en deuda con él e incluso se pone de su lado al verle víctima de tanta humillación y violencia. Una violencia explícita que roza el exceso. A medida que avanza la obra, sin embargo, nos alejamos del personaje y nos sentimos engañados, pues quien era inocente no parece serlo tanto.

Martín Gallo interpreta a León, otro de los hermanos, quien genera rechazo desde el minuto uno. Acostumbrado a la violencia y el alcohol como forma de vida, León es incapaz de vincularse con sus emociones. Martín Gallo sabe poner forma a este personaje, incorporándolo excelentemente a nivel corporal e interpretativo y llevándolo a la locura. Sin embargo, se echa de menos un momento de calma donde poder conocer otras de sus facetas para conectar con él.

El tercer hermano es Leto, interpretado por Augusto Ghirardelli. Ghirardelli, con su interpretación, permite que veamos también la víctima que esconde su personaje agresivo, al mostrar aquellas inseguridades y miedos que salen a la luz a pesar de quererlos esconder.

El reparto se completa con Matías Pellegrini quien trae un poco de contención a la obra, equilibrando un poco el nivel de violencia; Mariana Mayoraz en el papel de Eli, una madre totalmente desquiciada y cansada de la vida que lleva y Sofía Nemirovsky en el papel de Lara, un personaje que trae el verdadero conflicto a la obra pero con el que no llegamos a empatizar debido a una pose demasiado artificial.

Los finales felices son para otros ofrece una tensión desbordante que no tiene descanso. En el escenario suceden muchas cosas y cabe destacar la agilidad en el cambio de escenas y en el dinamismo que estas traen, sin embargo este dinamismo queda perdido a ratos debido a la monotonía que provoca que todas las escenas estén marcadas por el grito.

Upa Producciones trae una propuesta que sabe ubicar bien un clásico a la cotidianidad de una realidad compleja y en decadencia. A nivel de escenografía, diseñada por Micaela Sleigh, la simpleza de ésta encaja a la perfección con el lugar que nos desea presentar y acompañada por un dominio de iluminación (Leandro Crocco) muy acertado que trae la oscuridad a la obra, consigue jugar con la profundidad de lo que se ve y lo que no se ve. En esta obra lo que nos falla es el cómo la dirección ha querido mostrar precisamente esta decadencia, inclinándose por la única vía de la brutalidad y con un sentido del humor agresivo que no nos presenta otras emociones como el dolor o la tristeza de los personajes.

Crítica realizada por Maria Sanmartí

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