La Compañía belga Peeping Tom regresa a los Teatros del Canal de Madrid con el estreno en España de S 62° 58’, W 60° 39’, una perspectiva inédita sobre la creación artística que oscila entre ficción distópica y drama hiperrealista.
Tras el gran éxito de su obra Triptych: The missing door, The lost room and The hidden floor, Peeping Tom, compañía fundada por Gabriela Carrizo y Franck Chartier hace más de dos décadas, vuelve con la presentación de su nueva obra apocalíptica y surrealista. Coproducida por los Teatros del Canal, esta nueva creación nos deja entrever lo que pasa entre bastidores.
S 62° 58’, W 60° 39’ son las coordenadas de la Isla Decepción, un enclave situado entre el archipiélago de las Islas de la Buena Nueva y la península Antártica. No es algo anecdótico que se haya elegido como titulo para esta pieza que nos sumerge en este contexto desde los primeros instantes.
La pieza comienza con una escena espectacular y visualmente ultrarrealista. Un velero ha encallado en el medio del Ártico. Atrapados en una montaña de hielo, de la cual no pueden escapar, los pasajeros se ven forzados a sobrevivir en un entorno hostil e inestable. De repente, la situación se detiene y la ficción da paso a una nueva realidad, la de los artistas Marie Gyselbrecht, Chey Jurado, Lauren Langlois, Yi-Chun Liu, Sam Louwyck, Romeu Runa, Dirk Boelens y Eurudike De Beul junto al director Franck Chartier que están creando la obra en vivo. Durante casi dos horas, alternan escenario apocalíptico y puesta en abismo del teatro.
El paralelo entre la situación extrema que viven los personajes en la obra y lo que pasa en la vida real de estos artistas es espeluznante. Es cierto que existe una línea muy fina entre la ficción y la realidad, y se destaca perfectamente mientras los interpretes van cambiando de piel. En un juego de manipulación, el espectador ya no sabe si lo que esta viendo es algo real, si hace parte de la actuación o si se está creando otra obra de forma paralela. Entendemos que este despiste pretende cuestionarnos sobre nuestra percepción de nuestra propia realidad humana.
La pieza también cuestiona sobre el proceso de creación y lo lejos que los artistas se comprometen en nombre del arte. ¿Dónde están los límites y quien los establece? El duro labor, el sacrificio, el don de sí mismo, la violencia de perderse y la urgencia de vivir son temas recurrentes en la obra. Los intérpretes, como artistas, tienen esas mismas reflexiones en el escenario, intentando escapar de este circulo y de esta exigencia malsana. En busca de un nuevo comienzo, liberados y apoderados, desean que su voz sea escuchada.
Una de las escenas más aterradoras es, sin duda, la escena donde Marie Gyselbrecht, interpretando una escena de violencia doméstica, a solas en el escenario, se autoinflige golpes e insultos. Es una visión bastante violenta que puede resultar incomoda por lo dolorosa y traumática que es. Sin embargo, profundizando un poco más, también demuestra toda la violencia que nos infligimos a nosotros mismos diariamente sin darnos cuenta.
Otro momento clave de la obra es indiscutiblemente la última escena, espantosamente interpretada por Romeu Runa. Este momento que se alarga hasta el final, destaca esa doble realidad, esta brecha entre la vida del artista y la vida detrás del escenario. No sabemos quién es Romeu, pero entendemos todo lo que le atormenta y que se apodera de él, como un doble malvado.
Al final, lo que comenzó como una pieza de ficción acabó siendo una reflexión sobre los propios interprétes. Una mirada retrospectiva sobre el tiempo que pasa y el tiempo que se acaba, sobre sus carreras como creadores y también sobre lo que ocurre a continuación. Más allá de la vida del artista, son preguntas universales que hacen eco en cada uno se nosotros, como individuos. ¿Cómo superamos nuestros traumas más profundos? ¿Qué pasará mañana? ¿Cómo envejecer sanamente en una sociedad en la que rechazamos la idea misma de envejecer?
S 62° 58’, W 60° 39’ es una obra única en su género que desafía los límites del teatro. Nos ofrece una puesta en escena preciosa, ultrarrealista, que, sin duda, es el punto fuerte de la compañía. Con este escenario tan realista, consigue llevarnos a este lugar hasta que nos quedemos atrapados con los personajes en el frio de la noche ártica. En una sociedad en búsqueda incesante de la perfección, de la autenticidad y del todo a la vez, S 62° 58’, W 60° 39’ actúa como un espejo y nos enfrenta a nuestra propia realidad, por muy incomoda que sea.
Con una atmósfera perturbadora y unas escenas terroríficas, S 62° 58’, W 60° 39’, nos invita a reflexionar sobre los traumas que guían nuestras vidas, repitiéndose una y otra vez, en un bucle sin fin. Verdaderos fantasmas del pasado que rigen nuestras vidas, dejandonos sin perspectiva de un mañana. Jugando con la violencia de los extremos, nos hace cuestionar sobre nuestras relaciones con los demás y nuestra relación al tiempo, transportándonos a nuestro mundo interior subconsciente, donde sueños y pesadillas nos persiguen.
Crítica realizada por Angélique Travessa