Eros y thanatos, mujer y hombre, el ser y el parecer se dan la mano en Jo, travesti, representada estos días en el Centre de les Arts Lliures (Fundació Joan Brossa) de Barcelona. Josep Maria Miró escribe y dirige una obra para Roberto G. Alonso sobre Roberto G. Alonso y otras. El cambio, la alteridad, el travestismo como motor artístico y vital, como reivindicación social, como mentira, arte y espectáculo.
Roberto, que es una y muchas (las que le precedieron), no está solo en escena: le acompaña Jordi Cornudella, que es uno y muchos (los que le seguirán), partenaire, clarinetista, pianista y, cuando se tercie, poseído. ¿Acaso hay mayor travestismo que el del autor con sus personajes?
Este diálogo para tantos como haga falta es una alter-ficción didáctica y personal donde aparecen y desaparecen referentes, y donde se deconstruye y reconstruye al travesti. Hay espacio para la experiencia personal y para el pie de página, caben la exploración de un travestismo catalán y el listado (quizás excesivo) de los «nombres de la cosa». Hay glamour y cotidianidad, hay brilli brilli y muchas sombras, represión y reprimidos, y por supuesto hay música, en directo y en playback, como manda la tradición.
El espacio escénico en el que se mueven los dos actores es sencillo pero muy bien pensado: Albert Pascual ha situado un piano vertical que nos pone siempre al pie de la actuación y una cortina de flecos que evoca los de un mantón y, pura metáfora, a la vez esconde y muestra, biombo y transparencia. En el círculo que describe , centra y separa; es podio de discoteca y es foco de luz. El diseño de iluminación de Ganecha Gil se conjuga perfectamente con esas intenciones.
El vestuario de ambos es asimismo idóneo, cubriendo todo el espectro de roles e interioridades masculinas y femeninas, donde conviven el lujo, la sensualidad, la insinuación y el espectáculo. La transformación.
La obra insiste en que todas somos travestis pero también expande la definición del acto y del ser travesti hasta prácticamente significar cualquier dualidad o cambio, más allá de la dupla masculina y femenina. La lengua se traviste al traducirse, el actor se traviste en escena. Vuela por un campo grande y fértil, y aunque a veces se pierde, en conjunto resulta un espectáculo vivo y vivaz. Desde luego, más de parte de Heráclito que de Parménides…
Crítica realizada por Marcos Muñoz