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05.10.2023 Críticas  
Un caótico y desternillante triunfo

El Teatro Amaya de Madrid recibe hasta el 3 de diciembre la cuarta temporada de La función que sale mal, que desde su estreno en Londres hace 11 años ha recorrido más de 30 países y ha cosechado infinidad de premios, entre otros el Premio Olivier a la mejor comedia.

“¿Alguien ha visto por ahí un CD? Es que tiene valor sentimental… bueno a ver, es de Perales, ¿vale?” es la frase con la que asalta el escenario un miembro de la compañía nada más sentarnos en las butacas. Desde ese momento, el desconcierto y la sensación de descontrol no hacen más que crecer exponencialmente; pero es completamente a propósito. Al menos, el director nos avisa de antemano de que esta no es la producción más solvente, ya que con este grupo de teatro tiene un historial de desastres a sus espaldas como “Blancanieves y los siete tíos de metro ochenta”, “Cuatro novias para siete hermanos” o “Los dos mosqueteros”.

La función que sale mal empieza como una historia de misterio de época al más puro estilo Agatha Christie: “una mansión, un mayordomo, un hombre engominado que yace muerto sobre su diván”… con la salvedad de que el telón entra tarde pillando al muerto tumbándose y que la puerta por donde se suponen que entran los personajes que deben encontrar al finado no abre, por lo que tienen que acceder por uno de los extremos del escenario. Esto sienta las bases sobra las que se construye la obra: si hay algo que puede salir mal, saldrá estrepitosamente peor. Desde el atrezo que se cae a cachos, a lesiones craneales, y cambios improvisados entre los actores en escena. La espiral del desastre se vuelve cada vez menos disimulable para angustia de los actores. Pero la máxima de “el espectáculo debe continuar” se lleva hasta el absoluto extremo. A pesar de que la comedia se basa en presentar un error escénico tras otro, no sólo es creíble la tensión con la que los actores interpretan el caos de una obra que se desmorona, sino que esto se vuelve más presente en el momento en el que el escenario decide empezar a desmoronarse también, convirtiendo la apoteosis final del espectáculo en un digno guiño a la comedia de Buster Keaton.

Sobre el papel uno diría que la obra parece simple, pero nada más lejos de la realidad. Coordinar un caos como este requiere una maquinaria bien afinada en todos los sentidos. Tanto actores, como dirección y equipo técnico son un ballet perfectamente sincronizado. ¿El resultado? Seamos honestos, funciona, es prácticamente imposible contener una carcajada ante el esperpento al que asistimos. Además es admirable el ritmo con el que se desarrolla la acción jugando con la atención del espectador. Ya sea en el decorado, la dirección de sonido o los los actores en escena, siempre está pasando algo.

En resumen, a sabiendas de que aquellos que busquen un teatro elevado no tendrán esta obra en su radar, debo decir que a veces es más que preferible dejar cierto elitismo aparcado en un rincón y acercarse a propuestas como ésta. Son un agradable recordatorio para nuestro niño interior y una apuesta segura si uno busca, como poco, sonreír.

Crítica escrita por Daniel Rivera Miguel

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