Alberto San Juan se alía con Andrés Lima para montar este Asesinato y adolescencia en la sala Max Aub de las Naves del Español de Madrid, según el autor, un thriller contemporáneo sobre la adolescencia y la violencia, donde un señor se obsesiona con una chica en plena crisis de angustia vital.
Lucía (Lucía Juárez) va de feria y bebe a morro de una botella, y canta Comerte entera de C. Tangana, y grita muchísimo a su madre porque no la entiende y entonces se corta con cuchillas las inglés para tapar con el dolor la teenage angst que la come viva. Luis (Jesús Barranco) es un guarda de un centro de menores que vive solo, se cocina tortillas de patata y no soporta que sus compañeros seguratas mastiquen la comida de aquella manera. Luis sigue todos los movimientos de Lucía en un Madrid sin cara en el que todos los días aparece una menor muerta a manos de un escurridizo asesino apodado El Monstruo.
Asesinato y adolescencia cuenta con los ingredientes para que, al menos de base, el argumento atrape al espectador siguiendo los pasos de un asesino, pero tratar la adolescencia como un cajón en el volcar toda una serie de ideas inconexas que distraen la atención de lo principal: ¿quién es El Monstruo?, ¿es Luis El Monstruo?, ¿qué le pasa a Lucía?, ¿dejará de gritar Lucía en algún momento de los 90 minutos de montaje?.
Andrés Lima dirige este montaje como alguien lo haría en el año 2000, con una escenografía que grita años 2000, y una dirección de actores desquiciada y vocinglera en la que Jesús Barranco hace todo lo que han puesto en su mano para intentar defender un personaje sin sentido alguno, y Lucía Juárez grita y patalea y grita mucho más alto porque todos los adolescentes son lo que vemos en Hermano Mayor por mucho Liceo Francés en el que estudie.
Asesinato y adolescencia es un proyecto antiguo yendo de moderno, en el que el expresionismo de M, el vampiro de Dusseldorf, idea base de Lima, se siente paródico, y hasta haber tirado por esa sugerencia de Jesús Barranco convirtiéndose en un Gregor Samsa homicida es abandonada para vendernos un vergonzoso viraje a la locura bailonga de un señor que improvisa raps, del nivel caca-culo-pedo-pis, para hacerse el guay.
Lo único bueno que me llevo de Asesinato y adolescencia es el diseño de luces de Valentín Álvarez, que da sentido a toda la caótica lluvia de ideas del montaje, elevando un aburrido diseño de espacio escénico de Beatriz San Juan. It’s a no for me.
Crítica realizada por Ismael Lomana