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04.10.2023 Críticas  
Fenisa barroca y contemporánea

El Teatro de La Comedia de Madrid inaugura su temporada con un montaje original y vibrante de La Discreta Enamorada de Lope de Vega en el que el verso barroco brilla ágil y es magníficamente recitado por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Lluís Homar.

La discreta enamorada es una comedia de enredo de verso ágil y diálogos agudos que evoluciona al ritmo que impone la inteligencia de su protagonista; Fenisa. Es un clásico con más de 400 años en el que sorprende descubrir el retrato de una mujer independiente que apura los estrechos límites que su condición social y de género le permiten para lograr sus objetivos.

Fenisa persigue el amor y para ello no duda en aprovecharse de las debilidades de cuantos le rodean y usar el estricto rigor social en su favor. Es incisiva y osada. Incluso aplicando los filtros de nuestra perspectiva contemporánea y crítica, reconocemos en su retrato a una mujer independiente que no acepta mirar al suelo y aspira a conquistar su propia libertad. Para ser un enredo barroco de parejas cruzadas, celos y confusiones, esconde entre sus formas una obra de plena actualidad.

Desde la dirección, Lluís Homar ha decidido potenciar este aspecto apostando por contextualizar la obra en un paisaje indeterminado pero contemporáneo; sin adaptar el texto e introduciendo tres elencos que interpretan diferentes personajes en cada función. Una oportunidad para que los doce actores de la última promoción de la JCNTC puedan protagonizar todos los papeles en un mismo montaje. La ausencia de adaptación es un gran acierto y confirma la sospecha de que los clásicos únicamente merecen respeto a su estilo, y no necesitan ser deglutidos y/o regurgitados al gusto del público moderno.

El verso de Lope de Vega es especialmente brillante en esta obra. Define los caracteres de sus personajes con precisión quirúrgica y juega con el deseo que palpita en todos ellos. Sin duda muchos giros han perdido hoy en día su significado. Pero el correcto recitado y la interpretación salvan el desconocimiento contemporáneo del significado de chapines, tocas y billetes. En esa labor, el asesoramiento de Vicente Fuentes y el trabajo de estos jovencísimos actores confluyen en un verso inteligible, expresado con elegancia que potencia su belleza y explota su hilarante acidez. Una ocasión excepcional para apreciar la genialidad de Lope de Vega y disfrutarlo con sonrisa y carcajada.

Cuesta emitir una opinión del elenco ya que, como apuntaba, cambia según la función con la única excepción de dos personajes, Benisa, madre de Fenisa, y el Capitán Bernardo, hombre mayor y de buena fortuna que pretende a la protagonista. Montse Diez interpreta a la primera y el propio Lluís Homar al segundo, simultaneando el doble rol de actor y director. El trabajo de Montse Diez es extraordinario, pero lo que hace Homar en escena es sencillamente un regalo para los sentidos, explotando la comicidad de un personaje.

Respecto a los doce actores que integran el elenco en rotación, se descubre en ellos a una generación brillante y excelentemente formada. Tratan el verso con naturalidad y combinan disciplinas escénicas con igual talento. Lo que vi me hace desear con expectación futuros montajes de estos profesionales.

Otro de los grandes aciertos de Homar ha sido la interpretación del espacio. No hay rastro de clasicismo en la puesta en escena. Arrancamos bailando como si estuviéramos en un botellón y terminamos en el mismo modo. Y todo encaja y tiene sentido. Los protagonistas de esta historia, a pesar de sus obsoletos nombres (Lucindo, Fenisa, Gerarda, Finardo o Doristeo), no dejan de ser unos jóvenes casi adolescentes con ganas de estrenar sus vidas. Y la escenografía ideada por José Novoa los ubica en un entorno coherente. Sillas de playa, andamios y neones definen un espacio versátil, alejado del Madrid del Siglo de Oro, pero dotado de carácter. El diseño de luces de Pilar Valdelvira completa la versatilidad con una iluminación precisa especialmente evocadora en las escenas nocturnas. El punto final de esta potente estética lo pone el vestuario ideado por Deborah Macías que hace guiños a chaquetillas, pololos y miriñaques, revisitando el clasicismo. Emplea sólo dos colores para todos los actores. El blanco para los jóvenes y el negro para los veteranos, en modelos que se inspiran en una época pero coquetean con lo contemporáneo.

La discreta enamorada es una fiesta, sin matices, y Lluís Homar nos invita a unirnos a ella sin perjuicios. Ha sabido respetar al genio y a la vez decodificarlo para un público con ganas de pasarlo bien. Quizá montajes como éste demuestren a los jóvenes ajenos a los clásicos que hay formas de aproximarse a nuestro Teatro del Siglo de Oro para descubrir en él el mismo amor, el mismo deseo y la misma pulsión de hoy, y pasárselo genuinamente bien. Qué bravo más grande merece este montaje y esta generación de la JCNTC.

Crítica realizada por Diana Rivera

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