El Gran Teatre del Liceu de Barcelona abre las puertas de la Temporada 23/24 con Eugene Onegin de Piotr Ilich Chaikovski. Este título imprescindible del romanticismo ruso inspirado en la novela de Pushkin, fue concebido por Chaikovski como una ópera de cámara, una unión de escenas líricas en las que trató temas como la soledad, los deseos incumplidos y las oportunidades perdidas.
Basada en una de las historias más conocidas de la literatura rusa del siglo XIX, Eugene Onegin fue la primera ópera que Chaikovski abordó en serio, después de varios éxitos en el ballet y la sinfonía. Planteada inicialmente como una pieza de cámara, articulada a partir de escenas líricas, finalmente logró la gloria gracias a su calidad compositiva, la belleza del canto y su capacidad para exaltar emociones profundas.
Eugene Onegin se estrenó en 1879 en el Teatro Malí del Conservatorio de Moscú, con un elenco amateur formado por jóvenes estudiantes, pero la potencia emocional de la partitura era difícil de esconder, y finalmente acabó pasando a los grandes teatros: dos años más tarde Eugene Onegin se estrenaba en el Bolshoi de Moscú, y su fama perdura hasta la fecha como una de las grandes óperas románticas, en forma y fondo, por su exquisita forma de mostrar las turbulencias del alma humana.
La ópera nos presenta la historia de Tatiana Larin y Eugene Onegin, los dos personajes principales de esta ópera, quienes, en momentos distintos de la historia, sienten el deseo de vivir de manera solitaria y, al mismo tiempo, dejar de estar solos. Tatiana, por ejemplo, es al principio de la historia una joven dama campesina absorbida por la lectura a quien no le interesa la vida social, pero cuando conoce al elegante dandy Eugene Onegin, traslada a este hombre joven y elegante todas las fantasías de amor romántico y aventuras que ha leído en las novelas, hasta el punto de enviarle una apasionada carta de amor. Sin embargo, Onegin se ve a sí mismo como un espíritu libre, no se cree hecho para el matrimonio, y rechaza a Tatiana sin pensárselo: es demasiado pronto para abandonar su vida sin ataduras. El tiempo avanza y tras 16 años después del primer encuentro entre Eugene y Tatiana, la situación ha cambiado: ella ha madurado, se ha casado con un príncipe rico y bondadoso, y es Eugene quien comprende el error que cometió no acercándose a esa joven en un primer momento. Finalmente rechazado, deberá afrontar el resto de su vida en una soledad ya no buscada, sino condenatoria.
En la producción que podemos ver en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, el director de escena alemán Christof Loy divide el desarrollo de la historia en dos segmentos caracterizados por una escenografía distintiva: “Solitude”, que recoge el primer acto y parte del segundo, y “Loneliness”, que comienza con el duelo entre Onegin y su amigo Lenski, y llega hasta la conclusión.
Enfatizando así los sentimientos que expresa el libreto, el primer concepto hace referencia a estar solo –esta soledad buscada y temporal, en la que los dos jóvenes personajes parecen estar contentos. Mientras tanto, el segundo, responde a una soledad no deseada y sin solución. Es por eso que en la primera parte de la función, la ópera se centra en Tatiana —que se aísla en los libros, pero que ansía abrirse al mundo por medio de un amor puro—, mientras que en la segunda, el libreto sitúa el foco sobre Onegin, quien, creyendo que podría conquistar a Tatiana en cualquier momento, descubre que ha llegado tarde y que la ha perdido para siempre.
Loy nos ofrece una maravillosa y sencilla puesta en escena de corte minimalista que nos presenta el escenario como un lienzo blanco sobre el que pintar la historia. En los primeros cuadros disfrutaremos de un gran salón de una casa señorial en la que las paredes, desnudas, y una gran mesa solo vestida con un simple mantel y pocas sillas, hacen que dirijamos nuestras miradas hacia Tatiana y su soledad. El foco huye de la escenografía para recaer exclusivamente en los personajes que se nos presentan. Este foco se ve aun más claro en la segunda parte, cuando todo desaparece y se nos sitúa en una habitación blanca impoluta en la que solo divisamos una puerta por la que acceden los personajes. Una caja compacta iluminada por una luz blanca potente que busca reforzar de forma simbólica cómo el mundo se va cerrando y reduciendo al mínimo para Onegin, un hombre que pudo tenerlo todo y acaba sin nada. La escenografía minimalista que firma Raimund Orfeo Voigt se convierte en un gran acierto que ayuda al público a poner el foco en una historia marcada por el romanticismo.
Por su parte, Andreas Heise, quien firma la coreografía y el movimiento escénico de la producción, se apoya en este minimalismo para que el trabajo coreográfico destaque aun más y tome un protagonismo esencial y dinámico en la obra, al cual no estamos acostumbrados. Un trabajo que se refleja con un cuerpo de baile formado por siete integrantes (Mikael Rønne, Irene Madrid, Anna Briansó, Marianne Ustvedt, Clara Navarro, José Ruiz y Patricia Hastewell) que nos ayudan a entender la mente de Tatiana y Onegin y los sentimientos que ambos enfrentan. Un trabajo exhaustivo y perfecto que embelesa al respetable cada vez que aparecen en escena.
En la parte interpretativa de la ópera, he de destacar que el Gran Teatre del Liceu ha sabido escoger una gran ópera romántica con la que satisfacer al público con su primer estreno de la temporada.
El barítono Audun Iversen es el encargado de interpretar el rol titular de Eugene Onegin; un rompecorazones sin escrúpulos. Su interpretación es valiente y rompedora, ofreciéndonos un personaje que busca conseguir siempre su fin: el disfrute de la vida. Su búsqueda constante hará que pierda lo que tiene (o podría tener).
Por su parte, la soprano Svetlana Aksenova nos presenta una ensoñadora Tatiana que evoluciona gratamente en los 16 años que separan el primer acto del último en el que vemos un personaje claramente distinto al inicial. Uno de los elementos clave de la función del personaje es cuando, impactada por Onegin, decide escribirle una carta en la que expresar sus sentimientos (Puskay pogibnu ya, no prezhde). Una aria en la que la temblorosa y dubitativa Tatina empieza a despertar de su letargo para, en una melodía tan agitada como lírica, sus sentimientos explotan como un volcán, volcando todas las emociones que había reprimido hasta ese momento.
Junto a ella, el tenor Alexey Neklyudov como Vladimir Lenski nos presenta un personaje cuya evolución también se siente presente en el paso del tiempo. En un principio, el bebe los vientos por Tatiana pero Onegin, quien parece que le gusta jugar a ser un dandy sin prejuicios, lo convence para que la olvide y se fije en Olga (interpretada por Victoria Karkacheva). Tras convencer a Lenski, Onegin empezará a cortejar a Tatiana pero dado que ella es joven y reservada, Onegin no dudará en buscar otras víctimas en las que centrarse; y es allí donde intentará seducir a Olga frente a los ojos de su amigo. Esta ofensa romperá la amistad que mantienen y Lenski retará a Onegin en un duelo a muerte (Kuda, kuda vi udalilis). Un momento clave de la ópera en el que Alexey Neklyudov se llevará uno de los mayores vítores del público.
Por último, uno de los momentos clave de la ópera es en su inminente final en el que el Príncipe Gremin (interpretado por el bajo-barítono Sam Carl) conoce a un desesperado Onegin y le explica que él ha podido encontrar el amor en una mujer excepcional que resulta ser Tatiana. Onegin acabará devastado al ver que Tatiana no lo reconoce en un primer instante y que su amor juvenil se ha tornado frialdad a su persona. Sam Carl se llevará la mayor ovación de la noche al interpretar una mágica partitura que engloba una melodía aérea, una orquestación que pasa de la sombra a la luz, y una variedad de sentimientos expresados con belleza y humanidad.
Me gustaría destacar también el gran trabajo del Coro del Gran Teatre del Liceu dirigido por Pablo Assante, siempre compacto y con una actuación excelente; y la Orquesta del Gran Teatre del Liceu dirigida por el maestro Josep Pons, quienes consigue hacer brillar una partitura romántica de gran potencia emocional casi sin aparente esfuerzo.
Con Eugene Onegin el Gran Teatre del Liceu de Barcelona inicia una temporada 23/24 que promete óperas llenas de tragedia y fatalidad. La fatalidad de un terrible destino impuesto a sus protagonistas que los convertirá en héroes; aunque, en paralelo, estos mismos personajes se nos mostraran tremendamente humanos: llenos de dudas, sueños, obsesiones, debilidades… Prepárense para una temporada operística llena de grietas irreversibles.
Crítica realizada por Norman Marsà