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22.09.2023 Críticas  
Rabia escondida

El Teatro de La Abadía de Madrid inaugura temporada con Rabia, adaptación de la novela homónima de Sergio Bizzio. Claudio Tolcachir, como intérprete y codirector de este monólogo, nos sumerge magistralmente en la narración de una historia inquietante que secuestra nuestra atención con la intensidad de una buena lectura.

Rabia es la historia de Jose María, un obrero de la construcción que, cansado de sufrir humillaciones, comete un crimen del que huye ocultándose en la buhardilla de la enorme mansión en la que su novia sirve como empleada doméstica. Allí vivirá durante años como una sombra siempre en riesgo de ser descubierto, y siendo un testigo mudo e impotente de la violencia y las injusticias que la acomodada familia ejerce desde su privilegio.

Adaptar al teatro una novela que es sustancialmente un thriller con una denuncia de clase parece un reto, pero atreverse a convertirlo en un monólogo narrativo (más próximo al teatro de narración que al monólogo estrictamente hablando) es un triple salto mortal sólo a la altura de Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti (que codirige junto al primero), María García de Oteyza y Mónica Acevedo. Ahora bien, sostener un texto de estas características demanda un actor con pericia de orfebre porque aquí no caben subterfugios. La acción sólo se relata, y la trama esconde esquinas oscuras y muy lúgubres que hay que señalar sin mostrar. Guardar este equilibro y atrapar la atención del espectador exige la experiencia que pone en escena Claudio Tolcachir, quien apuesta por una interpretación minimalista y contenida que subraya el sigilo y la permanente alerta en los que vive el protagonista. Mide sus gestos y su voz con sugestiva delicadeza. Estamos hipnotizados por una historia cada vez más sórdida, más oscura y truculenta, que el actor y director despliega ante nuestros ojos con la maestría de los buenos narradores. Nos conduce sin sobrexplicar. Abre espacios en los que las imágenes se evocan y es nuestra misión como espectador materializarlas. Tolcachir construye una acción invisible que se completa en la platea.

En Rabia menos es mucho más. La interpretación sobria de Tolcachir tiene su reflejo en cada elemento escénico. Juan Gómez Cornejo y Emilio Valenzuela, al frente respectivamente del diseño de luces y de la escenografía, nos ofrecen versatilidad y dramatismo con el limitado recurso de una gran escalera móvil y una iluminación minuciosa. Ese único elemento que Tolcachir desplaza con lentitud sobre la escena nos insinúa pasillos, buhardillas, puertas y crujidos que actúan como un marco preciso para disparar las imágenes que sugiere la narración. El apoyo del espacio sonoro ideado por Sandra Vicente completa la sugestión que nos desliza con inquietud en el montaje.

Tolcachir y Perotti construyen una atmósfera que recuerda la inquietud que Cortázar inspiró en el relato de La casa tomada. Como el protagonista, los espectadores nos sentimos encerrados en una historia que esconde a su vez otros dramas y otras violencias que no vemos pero intuimos. Dramas y violencias silenciosos que confluye en un final impredecible pero no del todo inesperado. Rabia hipnotiza y sobrecoge con el atractivo de las historias bien narradas.

Crítica realizada por Diana Rivera

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