
Ha llegado Una luz tímida al Teatro Infanta Isabel de Madrid, un montaje musical que se ha subido a otros escenarios para mostrar la historia de amor entre Carmen e Isabel, dos profesoras durante los años del franquismo en España. Un éxito desde su estreno y que ahora se puede disfrutar en este céntrico teatro madrileño.
La autora África Alonso construye un relato de memoria histórica sensible y cuidado, donde destaca por encima de todo una gran historia de amor que explora las diferentes etapas de esta pareja y la fragilidad que hay en ellas en un contexto de prejuicios y opresiones hacia la homosexualidad en aquellos años tan oscuros de la dictadura franquista. La recuperación de relatos reales como éste es parte de nuestra historia y de nuestra cultura; lo que está oculto hay que sacarlo a la luz porque son hechos escondidos y silenciados muchas veces por la vergüenza y el miedo de los protagonistas, estigmatizados y señalados por su entorno durante años y que merecen, como mínimo, una reparación moral.
La artes en general y el teatro en particular, aportan una mayor libertad para abordar este tipo de discursos. Es un relato de memoria muy poderoso que fomenta, además, la capacidad de reflexionar de manera crítica sobre la realidad que nos rodea, analizar la violencia intrínseca en la rutina y la cotidianidad y buscar la posibilidad de generar esperanza para el cambio social. En este sentido, África Alonso tiene claro que no hay justicia sin memoria y por eso, bajo la dirección de Marilia Samper, nos presenta a Isabel, una joven maestra de historia que está profundamente enamorada de Carmen, la profesora de literatura. Sin querer, sin poder evitarlo, nacerá una historia de amor entre ambas que parecerá terminar cuando la familia de Carmen, de pensamiento conservador, la obliga a internar en un hospital de enfermos psíquicos para dejar atrás ese amor que no está bien visto.
Hay que reconocer que es una obra que atrapa desde el primer momento, el público se siente completamente cautivado gracias, entre otras cosas, a las maravillosas actuaciones de Júlia Jové y África Alonso Bada que con su sensibilidad traspasan el escenario y logran que los espectadores y espectadoras nos emocionemos ante una narrativa realista que no pierde al gusto artístico y poético. En primer lugar, África realiza una transición sobrecogedora, comienza desde una perspectiva más ligera que acaba en una auténtica exaltación de todo tipo de emociones. Posteriormente, su capacidad vocal también merece ser destacada, una tonalidad maravillosa y afinando en todos los números musicales. Por otro lado, Júlia dota de completa naturalidad las contradicciones de su personaje y explora un camino lleno de aristas y matices, rompiéndose en escena en varias ocasiones y permitiéndonos apreciar cómo transita desde la inocencia e ilusión hasta el dolor y el infierno. Mencionar también su capacidad vocal, tremendamente cuidada y que nos eriza la piel.
La escenografía que recibe al público nada más entrar en la sala es sencilla y favorece el tono íntimo que se pretende otorgar a la historia: en el lado derecho una pizarra, un elemento bastante especial durante el desarrollo de Una luz tímida que permite mostrarnos el paso de los años. A la izquierda, dos filas de pupitres, un perchero antiguo y elementos del hogar. En el centro, presiden la función y facilitan la transición entre las diferentes escenas una violoncelista – Marta Pons o Mireia Pla, dependiendo del día – y una guitarrista – Cèlia Varón – que alterna la guitarra acústica por la eléctrica según la intensidad de lo que esté sucediendo sobre el escenario.
En plena necesidad de reivindicación de los derechos y la visibilidad del colectivo LGTBIQ+ obras como Una luz tímida nos recuerdan por qué no hay que olvidar nuestra historia y, mucho menos, retroceder como algunos pretenden. Emoción a flor de piel en mitad de la penumbra.
Crítica realizada por Patricia Moreno




