Sergio Peris-Mencheta dirige Cielos del dramaturgo libanés Wajdi Mouawad en el Teatro de la Abadía de Madrid . Un thriller denso y claustrofóbico que cierra la tetralogía La sangre de las promesas, a la que pertenece también Incendios.
En Cielos un grupo de inteligencia antiterrorista detecta un mensaje que se replica por todo el planeta y anuncia la comisión de un atentado a escala mundial. Ese grupo de investigadores, que además vive confinado enfrentándose a sus propios dilemas personales y a tensiones de poder, deberá decodificar en una carrera contra el tiempo las pistas encriptadas tras el mensaje para comprender la naturaleza de ese nuevo grupo terrorista, cuya edad y motivaciones no responden a patrones conocidos, y poder detener la masacre.
Cielos es fundamentalmente un thriller en los que el discurso filosófico de Wajdi Mouawad late, pero sin poesía. Es una obra de Mouawad pero sin Mouawad. Reconocemos el estilo y el mensaje sobre el que orbita su tetralogía. Aquí también la trama se hilvana con la violencia que se transmite de una generación a otra como una herencia maldita. Sin embargo, la emoción que nos causó el poético discurso de Incendios en este mismo escenario se diluye en disertaciones farragosas y en una historia que pretende hacernos arder pero nos deja fríos.
El montaje que presenta Sergio Peris-Mencheta es titánico y trata de arrancar brillos a un texto muy denso que se pierde en detalles innecesarios y a la vez nos arroja demasiadas migas para conducirnos a un desenlace que, en el último tercio, empieza a resultar previsible. La interesante filosofía que mueve a ese grupo terrorista, que nos habla de generaciones estigmatizadas por las guerras en las que crecieron y de hijos que matan a hijos por mandato de los padres, se asoma pero no se desarrolla, dejando cierta sensación de insatisfacción.
Afortunadamente la dirección logra generar puntos de inflexión que despiertan nuestro interés en los momentos de tedio. Peris-Mencheta ha optado por un lenguaje cinematográfico que marida bien con el tono de la obra y apoya la acción con proyecciones (diseñadas por Ezequiel Romero) y alocuciones en off (no siempre inteligibles) que nos sumergen en un universo futurista y tecnológico. La concepción del espacio es otra de las grandes sorpresas. De la mano del inmenso Alessio Meloni y con la iluminación de David Picazo nos plantea una escenografía dividida en tres niveles superpuestos, cada uno de ellos con una narrativa propia pero todos claustrofóbicos y que el espectador observa como el alzado de una madriguera o de un hormiguero.
El primer nivel, el más alto, es un espacio desértico en el que solo habitan las estatuas oscuras de tres ángeles. Bajo él, se encuentran soterradas las dos siguientes capas que se corresponden con el cuartel o la sala de operaciones donde realizan las investigaciones y en lo más profundo los cubículos personales. Cada espacio parece disponer de su propio lenguaje. La primera superficie se convierte en lo más parecido a un lugar de esparcimiento comunitario en el que se propician las conversaciones personales entre el ecléctico grupo de protagonistas. El nivel intermedio es un espacio de trabajo, en el que se desarrolla la trama y los conflictos interpersonales. Finalmente el estrato inferior se dibuja como un espacio estrictamente particular para cada uno de los investigadores donde en solitario nos desvelan su intimidad y los detalles más privados de sus biografías.
Cinco actores componen el elenco en escena. Marta Belmonte, Álvaro Monje, Pedro Rubio, Javier Tolosa y un destacado Jorge Kent dan credibilidad con extraordinario oficio a cinco personajes que sobre el papel parecen simples y desdibujados.
La trama de Cielos es farragosa y como thriller fracasa, sobre todo en la simpleza precipitada de su resolución. Se sostiene con interés por todo lo que tiene el formidable montaje, no la obra. Sergio Peris-Mencheta logra tensión donde no hay acción y aporta ritmo a un texto plano con una propuesta espectacular que se nutre de una interesante escenografía y del trabajo de un elenco que humaniza unos personajes estereotipados y carentes de la poesía propia de Mouawad.
Crítica realizada por Diana Rivera