Ha finalizado ya el paso de los números imaginarios por el Teatro de la Comedia de Madrid con La vida es sueño (el auto sacramental) que ya se estrenó con un localidades agotadas y así se ha mantenido hasta la última función de este montaje en el que el ensamble y equipo artístico se volcaban en hacer que la audiencia disfrutase de un sueño, literal y figurado.
El 25 de octubre de 1932, La Barraca presentaba la función del auto sacramental de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, en el Paraninfo Histórico de la Universidad Central. Federico interpretó a La Sombra, Julita Rodríguez Mata, El Agua; María del Carmen García Lasgoity, La Tierra; Modesto Higueras, El Aire y Arturo Sáez de la Calzada, El Fuego. El vestuario y la escenografía eran de Benjamín Palencia, e Ignacio Sánchez Mejías estaba entre el público.
Carlos Tuñon a la dirección y Antiel Jiménez en el diseño del espacio y plástica, contando con el, aquí excelso, vestuario de Paola de Diego; construyen esta gruta en la que el público es recibido y asistido por el ensamble y el equipo artístico: Paula Amor, Irene Doher, Antiel Jiménez, Daniel Jumillas, Rosel Murillo Lechuga, Alejandro Pau, Patricia Ruz, el Primo de Saint Tropez (aka Jesús Barranco), Nacho Sánchez, Luis Sorolla, Paula Amor, Amanda HC. Casi la totalidad del equipo habitual de los números imaginarios preparan aquí una siesta guiada en la que velan porque la experiencia de este auto sacramental se convierta en algo que hasta ahora no hayas vivido en un espacio escénico.
Existen dos versiones del auto sacramental de La vida es sueño, la primera de 1635-1636 y la segunda de 1673. » “Aparecerá el Hombre dormido”, dejó escrito Calderón como instrucciones para la puesta en escena del auto en 1676. Y así lo soñamos hoy: el «ser humano» en el centro de la experiencia, enfrentado a los elementos esenciales que le componen, en conflicto con su Entendimiento y su Libre Albedrío, un estudio sobre el sueño, la Sombra que nos acompaña y todo lo que nos decimos en la oscuridad.» Carlos Tuñón introduce así la obra en el programa de mano y es literalmente como ha sido trasladada la idea a la escena, con dramaturgia de Gon Ramos, Luis Sorolla, Carlos Tuñón y el equipo del Ensemble.
En mayo de 2017, en El Umbral de Primavera, los números imaginarios representaron otro auto sacramental, La cena del Rey Baltasar, toda una experiencia catárquica que inauguró toda una serie de meltdowns, que he ido sufriendo con gusto, desde hace seis años ya. Toda la labor de esta compañía va directa al sistema límbico y activan todos los resortes emocionales a través de la palabra, el tacto y la calma. La vida es sueño es una meditación guiada por El Verbo y La Sabiduría, en la que El Hombre es invitado a ejercer El Albedrío, en una búsqueda de La Luz, guiado por los elementos que antes mencioné, y que completan el dramatis personae del auto de Calderón.
En La vida es sueño se comulga, se canta, se festeja, se recibe a los elementos, se invita a experimentar el sueño, velado por ellos, y cubiertos por La Sombra, para finalizar con la aparición de La Luz, faro que muestra la salida del estado de letargo en el que uno por suerte se sumerge (lo hice, y ronqué). El espacio sonoro de Nacho Bilbao tiene aquí importancia capital, al igual que la plástica de Antiel y el vestuario de De Diego, ya que son los elementos tangibles a los que me puedo agarrar para poder llegar a valorar la experiencia sensorial en el que se convierte este auto.
Me es difícil el hecho de escribir sobre algo que se siente tan íntimo inducido por un equipo entregado por la causa de hacernos sentir prisioneros de un sueño, en una celda sin sin paredes ni rejas, donde cumplimos la única condena de reunirnos con nosotros mismos y se nos obliga a parar, dejar la mente en blanco, o comenzar a cubrir esas inexistentes paredes con la letanía «yo la horrible tiniebla que al abismo circunda con su niebla». Por más comuniones en compañía de los números imaginarios.
Crítica realizada por Ismael Lomana