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30.05.2023 Críticas  
Europa medieval, renacentista y del segundo milenio

Aún quedan unos días para poder asistir a esta comunión de teatro europeo que acoge el Teatre Nacional de Catalunya en Barcelona y que es L’alquimista. Michael De Cock convierte en dramaturgia teatral la novela L’oeuvre au noir de Marguerite Yourcenar, que a su vez se encarga de la dirección de esta producción belga, francesa y catalana del TNC junto al KVS de Bruselas.

Esta adaptación de De Cock arranca en la parte final del relato, cerca ya del 1569, donde el médico Zenón está en la prisión de Brujas esperando su ejecución en la hoguera. Desde ese punto de partida, la obra salta entre presente y pasado para mostrarnos sus experiencias vitales, escuchar sus reflexiones y darnos a conocer a algunas de las personas que tuvieron algún impacto en su vida: su madre Hilzonda, su primo Enric-Maximilià, el Prior de Cordeliers o el guardia de la prisión.
 
El texto, que Sergi Belbel se ha encargado de traducir al catalán, recorre los años de vida de Zenón. Manifiesta el espíritu de cambio que se sufría en el mundo de aquella época (el salto entre la Edad Media, la oscuridad y el Renacimiento, el comienzo de una nueva luz) y que el propio protagonista también experimenta en sí mismo a través del encuentro e interacción con los otros personajes y consigo mismo. El título que definitivamente llevaría la obra (L’oeuvre au noir, Opus Nigrum), de hecho, refiere a unos de los procesos de la alquimia en la que se realizaba la separación o disolución de las formas que hacía que la materia se transformara, como muy bien le ocurre al propio Zenón. Pero como tantas y tantas veces ocurrió (y ocurre?), en la búsqueda de la libertad y la expansión intelectual y de los medios, a Zenón le cortan las alas. ‘Con la Iglesia hemos topado’ reza el dicho, que seguro que originalmente venía de aquel tiempo, donde la Iglesia más que ser guía espiritual de la gente era poder político y judicial y ejecutor dictatorial por encima de su verdadera asignación. Del tiempo en el que se coartaba al que encontraba una manera diferente de hacer las cosas, una manera diferente de creer y de vivir.

Sobre una escenografía en el suelo, que ha creado Marie Szersnovicz (quien también se encarga del acertado vestuario, evocando la época de la historia, pero con matices de actualidad), transcurren las últimas horas (y el resto de la vida) de Zenón. Una pasarela de madera en forma de cuadrilátero sobre un canal de agua donde se instala, en el centro, la celda de la prisión. El presente transcurre en ese centro, el pasado en la pasarela alrededor. Ahí es donde se suceden las conversaciones importantes, sus visiones y donde aparecen sus escritos e investigaciones. Junto al espacio escénico, las luces de Sylvia Kuchinow y las proyecciones de fondo de Francesc Isern consiguen crear este universo Zenón que dura 105 minutos.

La música está presente todo el tiempo. Alain Franco como creador y Jürgen De Bruyn como ejecutor. La lírica del laúd de De Bruyn (quien además está presente durante todo el montaje, disfrazado de la muerte) es acompañada en algunos momentos por la fantástica voz de Anna Moliner. Tener un directo de esa calidad en cualquier obra nunca recibirá reproches por parte del espectador, sino todo lo contrario.

A nivel actoral, no hay queja alguna de la elección del elenco pues se deja entrever que, sin lugar a dudas, De Cock ha seleccionado rigurosamente a los actores que le han ayudado a desempeñar con gran éxito los diferentes roles de L’alquimista. Francesc Garrido (quien ya nos llegó adentro en su papel también de médico, en La casa de les aranyes) es el amable Zenón, librepensador, inquisitivo, atormentado. Una interpretación, que de nuevo, no tiene rasgos histriónicos a pesar de viajar por diferentes emociones. Personaje y actor se entrelazan con gran elegancia y regalan una actuación limpia a la vez que sensible al espectador.

David Vert siempre es apuesta segura, da igual lo que le digan que tiene que hacer. Su veteranía siempre queda plasmada en cada nuevo personaje, sea el que sea, haga lo que haga. Y no estar encasillado le da la oportunidad de experimentar y ensanchar sus registros, dándole cada vez más tablas en escena. Vert lo hace siempre bien y lo que me gusta de él no es solo su habilidad para la interpretación de cualquier personalidad, que evidentemente también, sino que también admiro todo el respeto que demuestra siempre hacia su trabajo. No es el único actor con esas características, pero él tiene una sensibilidad especial para demostrarlo.

Anna Moliner, quien ya he dicho antes que nos regala unas preciosas piezas musicales con esa voz angelical que gasta, además interpreta a Hilzonda, la madre de Zenón. A destacar, aparte del canto, su monólogo para describir la vida y penurias de su personaje. Una de las partes, junto a las visiones surrealistas de Zenón más interesantes y curiosas de este proyecto. La Moliner (a quien no había visto en un registro de este tipo aún, y me ha encantado), es otro de los platos fuertes de la función.

De Cock instala un punto más de ‘modernez’  al montaje poniendo a Teresa Urroz en los papeles de Prior y Canónigo, de los que sale completamente airosa. Es la que más cambios de vestuario tiene y, junto a Vert, la que más acompaña al protagonista en sus reflexiones profundas, convirtiendo sus intervenciones en las partes de texto más filosóficas de la obra.

Babou Cham es el guardia que acompañará las últimas horas de vida a Zenón. Descubrimos a un Cham que se convierte en camarada y contertulio del médico y que realiza un breve pero muy buen trabajo como el Procurador LeCocq.

Y, cierra el elenco Arnau Ramos Puigdellívol que aparece como figurante, ayudando a completar el círculo funcional de la cabeza de De Cock

L’alquimista ofrece al espectador una experiencia atractiva, reflexiva y a ratos surrealista. Realiza una equilibrada amalgama cocinando el teatro catalán al que estamos acostumbrados, teatro principalmente de texto, servido en un plato de fina porcelana belga, brindándonos así la oportunidad de disfrutar un montaje más allá de lo habitual, pero sin caer en una propuesta tan ajena a este público que se nos haga difícil de digerir. En todo caso, lo que cuesta digerir es la reticencia de una gran parte de los seres humanos a la libertad de pensar. Sobra decir que es una propuesta, evidentemente, a recomendar.

Crítica realizada por Diana Limones

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