60 años cumple la compañía teatral Els Joglars, 60 años utilizando el teatro para sacudir el árbol del poder establecido, sea político o cultural, y esperando que caigan nidos. Igual que le ha tocado a Franco, Pujol, Josep Pla o Dalí, ahora es el turno de los ofendiditos, su manipulación de las libertades y la expresión y su infantilización de la cultura. El título: ¡Que salga Aristófanes!
Que 60 años después de su fundación, Joglars siga empeñándose en llevar sus obras a los escenarios, molestando a los de arriba y un poco a los de abajo, nos congratula. Como lo hace que con esta pequeña temporada en el Teatre Apolo de Barcelona hayan regresado a Cataluña, donde se les echaba bastante el falta al menos desde 2006, cuando estrenaron La torna de la torna en Tarragona. Y es un vacío importante, porque como veremos luego, lo que no hemos visto de Joglars en estos 17 años tiene mucho que ver con lo que ahora se nos presenta.
El tema de ¡Que salga Aristófanes! es doble: por un lado, la tiranía de lo políticamente correcto, de la piel fina, de la homogeneidad masticada y castrante. Algo que siempre ha sido anatema para la esencia de Joglars. Por otro, la pérdida de los valores de la cultura clásica, de la capacidad incluso de tratar el pasado con algo que no sean los prejuicios del presente. En un centro de reeducación vegano, feminista y animalista tratan a varios individuos que se hacen los locos para tratar, a golpe de yoga y risoterapia, de reinsertarlos en la sociedad. O sumisión, o muerte. Pero sin una muerte real, que eso queda feo.
El protagonista de la pieza resulta un viejo catedrático de Clásicas (la historia de cuya caída en desgracia iremos conociendo en varios flashbacks) que se refugia en la persona del comediógrafo Aristófanes para reivindicar los valores del pasado, el poder liberador del arte (y en particular del teatro) y una vida que no rehúye de la belleza, el dolor, la muerte o los símbolos. Un personaje con el que es fácil empatizar, habida cuenta la imbecilidad y corrupción de los «reeducadores» que le rodean, pero que no deja de ser (ni quiere) a ratos impropio y trasnochado.
¡Que salga Aristófanes! tiene mucho que ver con otras dos obras de Joglars en el siglo XXI: La cena (2008) y Señor Ruiseñor (2018). De la primera toma un tema relevante en el que las mentes progresistas pueden estar de acuerdo (allí el ecologismo, aquí las políticas de igualdad), y satirizan la incapacidad del poder para defenderlo de manera solvente y honesta. De la segunda, el uso de una personalidad artística del pasado para denunciar la falta de libertad y los fanatismos de nuestra sociedad. La ofendicracia se convierte en el gran monstruo contra el que brama el toro teatral.
Ramón Fontserè dirige la pieza y se convierte en el catedrático aristofánico, con toda su experiencia a la hora de dar voz a diferentes personalidades, o en este caso esquirlas de personalidad. A su lado, entre los «locos» artistas, contamos a Dolors Tuneu, Xevi Vilà y Angelo Crotti, enfrentados al poder profano de Pilar Sáenz y Alberto Castrillo-Ferrer, adalides de la corrección más hedionda.
¡Que salga Aristófanes! funciona casi exclusivamente por la sátira, por la exageración, por el exceso en la persecución de unos objetivo que en principios serían loables (la libertad de identidad sexual, el respeto a los animales, el machismo); pero aún así, a ratos sí podemos reconocer a algunos sectores de la sociedad que abusan de esas defensas para imponer modelos excluyentes de conducta basados en el mínimo común denominador. Y demonizador. El ofendidito, rey. Aunque queda la sensación de que un Ricky Gervais o un Marc Maron son más certeros y coherentes en sus planteamientos: por poner un ejemplo, este catedrático ensalza la comedia porque habla del presente mientras que la tragedia habla del pasado, pero se empeña en añorar un pasado lejano de escultores geniales y comediógrafos rompedores, sin tener en cuenta las desigualdades que sostenían aquel presente. Quiere alejarse de la polémica maniquea (el arte, defiende, no se debe a ninguna moral), pero ¿acaso no es ejercer la misma censura que critica no poder valorar lo buenas o malas, justas o injustas, que son nuestras acciones? ¿Y no es trampa que un profesor se ponga en la piel de un artista?
No es un gran demérito de la obra: sencillamente no está entre las mejores de Joglars, pero es que lo mejor de Joglars está entre lo mejor de nuestra historia teatral; el listón está muy arriba, incluso para las obras del propio Fontserè. Incluso sin ser el puturrú de fua de Joglars, siendo más sencilla en sus planteamientos y menos ambiciosa en sus críticas, ¡Que salga Aristófanes! genera diálogo, molesta y aún muerde.
Crítica realizada por Marcos Muñoz