Las Naves de Matadero de Madrid acogen hasta el 14 de mayo la obra El Público, una adaptación de Alfonso Zurro sobre la obra surrealista de Federico García Lorca. Una manifestación de poesía onírica que se presenta de la mano del Teatro Clásico de Sevilla.
En 1930 el poeta y dramaturgo granadino escribía El Público, un teatro “imposible” que él mismo asumía difícil de representar. Un texto de gran complejidad insertado en un entramado surrealista y que aborda los deseos, los miedos y la violencia.
Su teatro destaca por el costumbrismo, esencialmente andaluz, y el simbolismo patrio: tauromaquia, pueblo gitano, flamenco, el pueblo, la moral católica… Su producción dramática puede agruparse en: farsas, comedias irrepresentables, tragedias y dramas. En este caso, se trata de un Lorca surrealista, dentro de sus comedias irrepresentables (completadas con Así que pasen cinco años y Comedia sin título), que parece viajar por sus propios sueños en una sucesión de escenas que alcanzan el delirio. ¿Cómo representar el delirio de una mente que no habitamos? Alfonso Zurro intenta adentrarse en estos mundos para escenificarlo.
El tema recurrente de este paisaje onírico que compone la obra es la homosexualidad. El deseo sexual y la insinuación están presentes en casi toda la obra, el contorsionismo y el baile sinuoso destapan los tapujos y visibilizan la atracción entre hombres. El cuerpo de los intérpretes busca escenificar el poema surrealista que supone el texto y, en la mayoría de ocasiones, la sensualidad es el resultado obtenido.
La complejidad del texto se combate con un sinfín de elementos escénicos, el telón móvil y luminoso es uno de los más importantes a lo largo de la función. Además, el vestuario se convierte en un protagonista más. Los caballos de pecho descubierto, el director de labios pintados, las pelucas que cambian de color, el desnudo, las máscaras para representar la falsedad y la hipocresía moral… Todo contribuye a la espectacularidad y a hacer posible a la imaginación del público el texto de la obra.
El espacio sonoro y la iluminación ayudan en el cambio de escena e inducen al descifrado de los mensajes surrealistas. Las luces se mantienen de manera tenue hasta que se alcanza un momento álgido, como es el caso de las interpretaciones musicales.
El elenco escenifica lo imposible. Juan Montilla, en su papel de director, confiere el sentido de la dualidad a la escena, miedo y deseo por la libertad en el teatro.
Teatro al aire libre, teatro en el teatro y teatro bajo tierra. Todos en uno mismo. El público, burgués y no burgués, puede estar satisfecho de esta digna adaptación. Una oportunidad para reivindicar su versatilidad en su faceta como dramaturgo y, sobre todo, para viajar a través de sus sueños.
Crítica realizada por Esperanza Hernández