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03.05.2023 Críticas  
El pasado que nos persigue

El Teatro de la Abadía de Madrid acoge el estreno de la nueva colaboración entre el autor Andrew Bovell y el director Julián Fuentes Reta. Canción del primer deseo nos propone viajar entre 1943, 1968 y el presente de la mano de un elenco encargado de interpretar varios personajes, para conocer la verdad de una familia.

En primer lugar fue Cuando deje de llover en las Naves del Español, posteriormente Las cosas que sé que son verdad en los Teatros del Canal, y ahora Canción del primer deseo en el Teatro de la Abadía. Tres títulos en los que se ponen patas arriba otros tantos sistemas familiares para entender sus silencios, explicar sus conflictos y comprender el porqué de sus dificultades emocionales. Un tema siempre sugerente y una arena dramatúrgica en la que el australiano Bovell ha demostrado sobradamente su solvencia.

Pero esta vez, el asunto no cuaja como sería esperable y deseable. ¿Será por haber trabajado a partir de la historia, la cultura y la oscuridad de un país y una sociedad que no es la suya?

Cierto es que el que las heridas de los padres las sufren los hijos y que sus cicatrices marcan a sus nietos, es algo universal. Pero el tono comedido, sosegado y estructurado de los diferentes cuadros con que está conformado su texto, no se compenetra plenamente con la aridez, la tensión y la confrontación que se verbaliza y se gestualiza. Se entiende qué ocurrió en 1943, qué sucedió en 1968 y qué presente ha provocado eso, sin embargo, la representación parece más un boceto de lo que podría llegar a ser que una realidad conseguida.

De un lado, dos hermanos enfrentados con cuestiones latentes como la soledad, no se sabe bien si escogida o dictaminada como auto condena, y la mácula emocional por la cuestión homosexual, así como las referencias al franquismo, la dictadura, el hambre y la represión, resultan premisas cliché y no personalidades o biografías trazadas sobre el escenario. De ahí que no haya en su mención o exposición nada original ni voluptuoso, sino un conjunto de imágenes ya escuchadas, vistas o leídas a poco devoto que seas de la inteligencia emocional y de la memoria democrática.

Mas aunque no brille, se puede disfrutar con Canción del primer deseo. La clave es Consuelo Trujillo, una actriz cuya capacidad técnica y excelencia dramática está por encima de cualquier limitación. Ella es el verso en torno al cual gira cuanto toma cuerpo en el escenario. Olga Díaz es quien mejor réplica le da y quien arroja un resultado igual de correcto en el doble registro que le exigen los dos papeles que interpreta. Borja Maestre y Jorge Muriel, en cambio, tienen menos matices en su defensa de roles construidos basándose en los tópicos. El gay amanerado y neurótico y el nacionalcatólico inhumano en el caso de Maestre, el joven que cree en la libertad y el inmigrante de acento casi forzado en el de Muriel.

Por su parte, la iluminación de Ciru Cerdeiriña y el espacio sonoro de Iñaki Rubio resultan apropiados para el propósito introspectivo, analítico y desvelador de la dirección de Julián Fuentes Rea. En cualquier caso, vayan y juzguen por ustedes mismos. El que aquí escribe se vio rodeado, al acabar la función, de espectadores en pie aplaudiendo con satisfacción.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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