El Gran Teatre del Liceu de Barcelona acoge la aclamada producción de Oliver Py de Manon de Massenet con Nadine Sierra y Michael Fabiano encabezando el primer reparto como Manon y el Caballero Des Grieux. Una producción que traslada la trama a los prostíbulos y los casinos donde la lujuria presenta su verdadera cara.
Manon trata la historia de una joven ilusa que debe ingresar en un convento, pero cuando se dirige hacia su destino, y haciendo parada en la posta de Amiens donde le espera su primo, descubre otra vida: una posibilidad de lujo y placer que le prometen varios hombres que se enamoran de ella y le conceden sus favores. Manon no se anima a seguir los pasos de sátiros como Guillot de Morfontaine o Monsieur de Brétigny, pero cuando conoce al joven caballero Des Grieux se enamora de él y deciden huir juntos.
En París son felices, pero algo se interpone entre la pareja: la falta de dinero para satisfacer todos los caprichos de Manon. Ella decide, entonces, cambiar de vida: cede finalmente a la tentación de la riqueza y se convierte en una cortesana de éxito, la más popular de toda Francia. Des Grieux decidirá ingresar en el seminario y comenzar una vida religiosa para olvidar a Manon, pero abandonará ese camino cuando ella vuelva a cruzarse en su camino. Los dos son ejemplos de un comportamiento errático y acabarán en la cárcel tras hacer trampas en una partida de cartas. Pero aunque Des Grieux podrá liberarse gracias a sus contactos familiares, Manon está perdida: antes de ser deportada a Luisiana, donde Francia expulsaba a las prostitutas, morirá enferma en una celda, en brazos de su amado.
Aunque la versión que podemos disfrutar en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona respira un claro aire a musical americano, lleno de luz y color, la producción está ambientada en la Francia de la belle époque, caracterizada por una atmósfera libertina y sensual y en la que destaca los aspectos más eróticos de la ópera de Massenet.
La reflexión de Oliver Py es clara: ¿por qué esconder con retórica inútil lo evidente a simple vista? Así, cuando hay lujo y alegría, el escenario se ilumina con neones de colores y la acción discurre a una velocidad imparable: Py nos transporta así a las casas de citas, los casinos. Ahora bien, con el giro narrativo de la obra aparece el contraste, el paso abrupto de la alegría a la derrota, ahí es cuando Py recurre a una producción tan sexy como siniestra. Una versión que veo muy acertada para, como dice el mismo teatro, tratar de acercar las producciones operísticas a un target más joven y comercial como puede ser el del género del musical.
Destacar así la acertada escenografía y vestuario creado por Pierre André Weitz, a la cual solo encontré una pega: los continuos reflejos que desde el público sufrimos en el momento de la bola de discoteca en manos de Manon. Un momento muy atractivo en escena pero doloroso para el público que constantemente recibía los reflejos causados por la iluminación.
Dirigiendo la Orquesta Sinfónica y el Coro del Gran Teatre del Liceu, encontramos a Marc Minkowski quien aportó una dirección vacilante con falta del dramatismo y belleza que la partitura expresa en esta continua plática con los personajes. Aun así, el Coro del Gran Teatre del Liceu lució impecable en la noche de estreno.
En la parte interpretativa, destacar el trabajo de sus dos protagonistas. El tenor Michael Fabiano presentó un Des Grieux lleno de vitalidad con un timbre de voz expansivo y atrayente. Por su parte, Nadine Sierra, como Manon, hizo gala de su control vocal en una partitura que le exigía un registro activo y brillante. Su voz ligera mostraba el disfrute de la cantante en el rol, aunque algunas de sus arias carecieron de emotividad.
Junto a ellos, destacar el papel de Alexandre Duhamel como un Lescaut, con una apariencia ruda y fuerte pero con un tono hermoso; el trio Anna Tobella, Inés Ballesteros y Anaïs Masllorens como las divertidas y lujuriosas Javotte, Paussette y Rosette; y el acertado acting de Albert Casals que nos muestra un odioso y vengativo Guillot de Morfontaine.
Manon es una pequeña joya que hay que disfrutar en las butacas del Liceu. Aunque la aclamada producción de Oliver Py no acaba de convencer a los acérrimos a la ópera, siempre es buena señal que las producciones clásicas renueven sus «trajes» para acercar un poco más la ópera a otras generaciones.
Crítica realizada por Norman Marsà