El misterio, el thriller y la investigación de Asesinato de un fotógrafo llegan al Teatro de la Abadía de Madrid. Una producción de la Sala Beckett de Barcelona dirigida por Ferran Dordal i Lalueza que gira en torno al texto y la interpretación de Pablo Rosal y su conjunción con las fotografías de Noemí Elias Bascuñana.
La escenografía de María Alejandra es mínima. Un micrófono con pie y una pantalla. A la izquierda de los espectadores la superficie blanca que recogerá lo visual y a la derecha quien les transmitirá lo escrito por Pablo Rosal. La primera imagen es la de quien también dirigiera y escribiera Los que hablan vestido por Sílvia Delagneau (responsable igualmente del diseño escénico). Zapatos brillantes, pantalones burdeos claro, camisa blanca y tirantes marrones. A lo largo de la representación sumará a estos elementos una corbata, una chaqueta de tonos terrosos, una gabardina de color crema y un sombrero gris. Ese es el look con que se presenta Julio Romero, el detective convocado a la habitación 112 del Hotel Montevideo de Barcelona. Pero allí sucede lo inesperado, no le espera un fotógrafo con una prolongada carrera llena de éxitos, mas hoy casi olvidado, sino un cadáver.
Se abre entonces un mundo de posibilidades, personas e implicados, sospechosos y testigos, con motivaciones, razones y coincidencias que explorar, interrogar, contrastar, contraponer y enfrentar para entender qué ocurrió allí, quién y cómo lo hizo y por qué. Pesquisas de las que se encarga un único actor, Pablo Rosal, encargado de dar voz y tono a todos los personajes. Un recital fundamentado en su capacidad para el cambio de registros. No se le resiste ninguno: el apocado recepcionista, la burguesa pareja de galeristas, la simple mujer del servicio, la descarada exmujer, el sinvergüenza director de un periódico…
Pablo los simultanea y pasa de unos a otros en el que es uno de los dos motivos que Asesinato de un fotógrafo le propone al espectador para su deleite. De un lado saber qué ocurrió, de otro dejarse sorprender por la capacidad de Rosal para configurar con sus cuerdas vocales y su gestualidad un universo de presuntas ingenuidades y corruptelas de los que encontrar pruebas evidentes. Un devenir perfectamente apoyado en las instantáneas de Noemí Elias Bascuñana que hace de este montaje una propuesta con elementos en común con el radioteatro y la fotorevista.
Una fórmula bien planteada, pero que en el minimalismo de la sala José Luis Alonso del Teatro de la Abadía no brilla como se esperaría de ella. Quizás sea el continuo de la retórica de Pablo Rosal o el estatismo marcado por la dirección de Dordal, pero se echan en falta elementos -silencios solemnes, giros de guion explícitos, detalles que repentinamente destacan- que rompan el ritmo continuo con el que transcurre la representación. La iluminación cenital de Mingo Albir y los golpes de jazz del espacio sonoro y musical configurado por Clara Aguilar y Pau Matas hacen atractivo lo que se y escucha, colaborando así a un resultado notable que deja buen sabor de boca, aunque deja con las ganas del sobresaliente que se presuponía en el arranque de la función.
Crítica realizada por Lucas Ferreira