Dramaturga, novelista, ensayista, guionista, actriz, feminista, política, intelectual: a Maria Aurèlia Capmany era tan fácil encontrarla en su estudio del Eixample como haciendo cabaret tabernario o renovando el teatro catalán con Ricard Salvat. El TNC reestrena una de sus obras, 30 años después de su último gran montaje. Un musical, faltaría más para alguien tan polifacético.
Vent de garbí i una mica de por hace un recorrido inverso por la historia de la burguesía catalana a partir de tres sainetes corales que transcurren en fiestas veraniegas de tres décadas distintas: Cadaqués, 1968 (que era el presente cuando se estrenó la pieza); Sitges, 1936 y Caldetes, 1909. Contrasta así el dolce far niente, los bailes y el ocio de cada una de esas burguesías con las diferencias dentro de ellas, las tensiones inmediatas que les rodean y el panorama internacional, sea la guerra de Vietnam, la inminente Guerra Civil o la Semana Trágica que sacude Barcelona.
El trabajo de adaptación que han hecho Albert Boronat y la directora Judith Pujol da forma a las diferentes escenas poliédricas con un ritmo constante (más acelerado cuanto más moderno el entorno) que dibuja el momento a partir de pinceladas diversas, y nunca de un protagonista único, y conecta las escenas mediante detalles que se repiten, desde la visita de una turista extranjera a la incomprensión perenne de los poetas, los ligues veraniegos o el «esto antes no pasaba». Todo cambia, pero todo sigue igual.
La obra es, además, musical. Maria Aurèlia Capmany ya lo tenía en cuenta, y escribió las letras, pero no la música, de las diversas canciones. Aquí las firman Marcel Bagés y David Soler, y las tocan y cantan los propios actores en directo. Son sólidas y atractivas, variadas, como resulta oportuno para la multiplicidad de escenas y situaciones, pero con una sonoridad que no deja de estar hermanada. Hay bases eminentemente electrónicas, pero también espacio para el jazz, bailes coreografiados por Anna Rosell (que dirige también el movimiento, crucial por lo constante) y un número particularmente llamativo, todo un showstopper: el de los Rabassers.
Un trabajo de vestuario y caracterización fantástico a cargo de Giulia Grumi favorece que ese movimiento constante, ese ir y venir, entrar y salir de los actores, les permita transformarse sin parar en personajes de todo tipo y edad, cambiando pelucas, sombreros, ropas y complementos que rodean desde el principio el espacio central. La sala pequeña, así, parece casi el escenario principal del TNC, mientras que el buen hacer de la compañía, la escenografía móvil de Víctor Peralta, la iluminación precisa y creativa de Sylvia Kuchinow y los audiovisuales envolventes de Carme Gomila, con una enorme riqueza de recursos que, sin embargo, nunca satura, centran la atención a la vez que multiplican las posibilidades. El espacio sonoro que crean el actor Joan Solé y Roc Mateu es asimismo brillante, diferenciando entornos y momentos, e incluso utilizando técnicas de mapeado 3D que resituan sutilmente la atención.
Y a todo esto aún no hemos dicho casi nada de los intérpretes, elegidos (y muy bien elegidos) mediante casting abierto. El trabajo conjunto que hacen los cuatro actores y cuatro actrices de la compañía es esencial para que todo esto funcione, con un ritmo constante, una generosidad ilimitada y un juego divertido y rico de propuestas, interacciones y matices. Los personajes brillan y los actores que hacen a esos personajes asoman en algún momento, un poco brechtianamente, pero tampoco del todo. Ellos son (en orden alfabético, porque como hemos dicho aquí no hay protagonismos) David Anguera, Laura Aubert, Alba Florejachs, Àurea Márquez, Miquel Malirach, Albert Mora, Miriam Moukhles y Joan Solé. Funcionan como conjunto, coralmente, así que resulta complicado destacar a ninguno de ellos, y aún así no podemos dejar de señalar a tres: el carisma y la brillantez en todas las canciones de Moukhles, con una interpretación también excelente; el talento ilimitado de Florejachs para la comedia, y para pasar en un suspiro de ella al drama más serio; y la polifacética labor de Solé, magníficamente mutable en lo musical y como actor. Son tres de los que más me llegaron, pero otro puede conectar con la experiencia de Márquez, o el ennui de Aubert, o los patéticos y entrañables personajes de Anguera, Malirach y Mora, donde seguimos viéndonos.
Vent de garbí i una mica de por produce una sensación muy curiosa: sin tener nada que ver con esa compañía, es como si fuera la hija de dos espectáculos de Dagoll Dagom: Antaviana y Glups! Habiéndose estrenado mucho antes que ellos, lo cual probablemente dice mucho de la visión de Capmany a la hora de escribir sobre la sociedad catalana con conciencia de clase. Decían en el debate posterior a la función que hubiera faltado, tal vez, el verano de hoy, el de 2023. Pero es que está en todo el trabajo de los actores, del equipo creativo, de dirección. En el diseño y las elecciones y el punto de vista elegido está el ahora y el ayer, y sobre todo, MAC. Siempre MAC.
Crítica realizada por Marcos Muñoz