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20.03.2023 Críticas  
Pactar con el diablo de los totalitarismos

Álvaro Lavín dirige Mefisto for ever de Tom Lanoye, adaptación libre de la novela Mefisto de Klaus Mann. Una propuesta con potente estética casi expresionista que acoge el Teatro Fernán Gómez de Madrid y en la que nos adentramos en la feroz sombra del nazismo y su inevitable impacto en el arte.

Kurt Köpler es un actor de talento, pero también un hombre de inmensa ambición que no dudará en aceptar la dirección del Teatro Nacional que le ofrece el partido nazi recién ascendido al poder. Acepta un pacto con este gobierno, al que odia en privado, en la esperanza de preservar el teatro como un espacio de libertad contra el poder. Aunque pronto descubrirá la censura, la persecución y la oscuridad de los totalitarismos.
En un primer momento Köpler se nos mostrará como un individuo ingenuo, que cree que puede engañar al diablo, pero el mal acaba invadiéndolo también a él. Köpler degenera en un personaje oscuro en el que su ambición y propia vanidad lo ciegan todo, incluso la certeza de que se ha convertido en un instrumento del poder. Pese a todo, es un hombre difícil de juzgar. Su moralidad es cuestionable pero sus motivaciones, aparte de la que alimenta su ego, resultan difusas.
Aunque la pieza se sitúa en un momento temporal concreto (el nazismo del Tercer Reich y concluye con la toma del control de la RDA por el totalitarismo comunista), los ecos de su mensaje nos suenan demasiado próximos. En un momento en el que los paradójicos límites de la libertad son tema de debate público y los totalitarismos amenazan las democracias consolidadas, este retrato social y político es de poderosa actualidad.
Ocho actores componen el elenco. Algunos de ellos son caras bien conocidas en escena, otras como las de Cristina Varona o Paula García Lara no lo son tanto, pero son prometedoras.
Todos ellos componen un reparto homogéneo en el que destacan algunas voces como la de Esperanza Elipe que nos ofrece el único alivio amable como la madre de Kurt Köpler. Sobresalen también Iván Villanueva y Nacho Redondo, cuyo personaje representa al fanático de nueva hornada, esa parte de la población que se entrega a una causa y practica el odio y la ira sin reflexión. Elisa Gelabert en un interesante doble papel y Darío Frías, representando un turbio ministro nazi de Cultura, realizan un gran trabajo, aunque no siempre regular o constante.
Sonia Almarcha interpreta a Kurt Köpler. Es una apuesta interesante. Almarcha es una mujer menuda, delicada y su protagonista, liberado de toda masculinidad, se nos descubre como un ser sin sesgos definidos que nos distraigan de su verdadera naturaleza. Köpler se presenta como un recipiente de ambición y deseo de reconocimiento carente de todo escrúpulo o conflicto éticos.
En la obra se entrelazan fragmentos dramáticos que constituyen en sí mismos un relato narrativo. Mefisto for ever es una obra metateatral en la que las piezas ensayadas e interpretadas por Köpler y su compañía glosan la realidad. Realidad y ficción se darán la mano. Los fragmentos de Hamlet, Ricardo III o El Jardín de los cerezos, actuarán como retratistas de la decadencia de una sociedad sometida por el poder y de un protagonista sometido por su propia ambición.
La interpretación de Almarcha sorprende. Busca registros que hoy nos resultan anacrónicos. El protagonista interpreta con intensidad poco naturalista a Shakespeare o Chejov, pero Köpler, arrastrado por su personaje, lleva esta interpretación fuera de escena. En la espiral en la que se está sumergiendo el protagonista se borran los límites entre teatro y realidad. Se ha convertido en un actor y su personaje como estrategia de evadirse del mal que lo cerca, pero lo estrategia lo engulle. No obstante, este lenguaje interpretativo, acompañado del abundantísimo texto que recita Almarcha, acaba resultando sofocante y extenuante intelectualmente en muchos momentos.
La escenografía que nos proponen Anna Tussell y Arantxa Ezquerro es cenicienta y buscadamente descuidada. Ofrece un diseño de estética expresionista en la que distinguimos simbólicamente la deconstrucción moral del protagonista. Pero los jirones, el polvo y las sombras, también actúan como decorado representativo del ocaso de la libertad y la sustracción de derechos que el nuevo poder trae consigo. El vestuario y el maquillaje subrayan esa simbología. Los actores llevan sus rostros pintados de blanco, mostrándose como máscaras agrietadas. Nuevamente la fuerza simbólica nos ofrece seres difusos que se nos aparecen como espectros cuyas vidas se han detenido.
Mefisto for ever es un espejo que resultará incómodo a muchas miradas que verán en él su propio extremismo reflejado. Es un montaje valiente que interpela directamente al espectador para que realice su propio juicio personal. Todos somos Köpler y cada uno de los actores de su compañía. Todos nos enfrentamos al mismo dilema: si el diablo llegara a nuestras democracias, ¿asumiríamos el riesgo de enfrentarnos aunque en ello comprometiéramos nuestro prestigio, nuestra comodidad o nuestra vida?

Crítica realizada por Diana Rivera

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