Desde el pasado 17 de febrero se representa en el Teatro María Guerrero de Madrid una obra basada en la novela El proceso de Kafka. La obra, con dramaturgia y dirección de Ernesto Caballero, se presenta al público bajo el sobrecogedor estándar de calidad que el director acostumbra y que, ya, es marca de la casa.
Dos funcionarios se presentan en la pensión donde reside el gerente bancario Josef K. para informarle de que se le acaba de abrir un procedimiento judicial cuya causa no conocen. A partir de entonces, la vida de ese hombre se va a ver retenida en un descabellado proceso que parece no acabar nunca. Este argumento de la novela del escritor checo sirve como inspiración para esta representación teatral que tiene su punto de partida en el autor y, tras un largo trabajo de preparación, llega hasta el público como último receptor.
Nada más entrar a la Sala Grande del Teatro María Guerrero, te das cuenta de que estás en un lugar sumamente siniestro y oscuro; el escenario perfecto para lo que va a suceder a continuación. Mientras el público se acomoda en las butacas, se oye el teclear de una máquina de escribir; un ruido que proviene de una ventana del primer piso de la escenografía donde se encuentra un hombre que escribe con aparente frialdad e indiferencia. La nieve empieza a caer fuertemente. En escena entra un personaje completamente desorientado y atormentado. Ernesto Caballero impone con acierto y delicadeza su escritura, la propia del dramaturgo, a la del novelista. Ambas tienen distintas estructuras y diferentes ritmo así que, el que fue director del Centro Dramático Nacional, toma una decisión tan arriesgada como efectiva: muestra en la primera escena el tremendo desenlace de la obra. Eliminado el suspense, queda frente al espectador o espectadora la soledad del individuo ante la sociedad y el poder. Pero, por encima de todo, se pretende mostrar la otra cara de la ley y la justicia que convierte al protagonista en una víctima de ese sistema.
Carlos Hipólito se mete de forma estupenda en la piel de Josef K. El actor realiza un trabajo fascinante y conmovedor y vuelve a demostrar por qué es uno de los grandes actores de nuestro país. Desde los primeros minutos, Hipólito te atrapa con la exploración en el lenguaje del cuerpo y con el impecable manejo de los silencios. Forma también parte del reparto el actor Alberto Jiménez, defendiendo un papel con menos carga interpretativa pero con un momento brillante: cuando narra, como capellán de la prisión, el cuento que Kafka publicó como relato independiente, pero que desde el inicio formaba parte indispensable de El proceso. Un gran trabajo interpretativo de ambos medido con sutileza y ninguna exageración. Completan el reparto, y se van desdoblando en múltiples personajes, Felipe Ansola, Olivia Baglivi, Jorge Basanta, Paco Ochoa, Ainhoa Santamaría y Juan Carlos Talavera. Mención especial merecen estos papeles que requieren de grandes actores y actrices capaces de humanizar el literaturizado proceso que están representando. Están sensacionales y desprendem una química asombrosa.
El espacio escénico es obra de Monica Boromello quien realiza un trabajo espléndido que se ajusta a los cambios realizados por los propios actores para recrear los diferentes ambientes de la historia. Una escenografía que denota dureza gracias a los materiales utilizados y a las tonalidades oscuras que enfatizan el dramatismo de esta historia. Muy interesante la lúgubre iluminación diseñada por Paco Ariza que nos mete de lleno en ese deshonesto universo por el que transita el protagonista de El Proceso. Por último, hay que hablar del espacio sonoro, diseñado por Miguel Agramonte, que nos sumerge en un mundo oscuro e impenetrable a mitad de camino entre la realidad y una incómoda pesadilla. Como si se tratara de un sueño; creando un ambiente que se tensa por momentos para dar más empaque a lo que sucede sobre las tablas.
El proceso es el gusto por el teatro bien hecho.
Crítica realizada por Patricia Moreno