El monólogo tragicómico, particularmente con buenas dosis de biografía o autobiografía, es un género que parece haber calado en el siglo XXI. Actualmente estamos pudiendo ver unos cuantos buenos ejemplos de nuevo cuño en La Badabadoc de Barcelona: el más reciente, el primer montaje de producción propia de la sala, Clarissa o set temptatives fallides de suïcidi.
Escrita por Carlos Be en 2020, originalmente en castellano y con Marissa como nombre inicial de la protagonista, y traducida al catalán por Carles Álvarez (experto Cortazariano), Clarissa o set temptatives fallides de suïcidi es la historia de una mujer cuyo mundo se pone de patas arriba en una sucesión de malas noticias y decide poner fin a su vida… fracasando de las maneras más ridículas en el intento.
Be es un dramaturgo especializado en dar voz a los que no la tienen, desde clases marginales a problemas de los que no nos gusta hablar. Su sensibilidad le precede, pero aún así, el asunto de esta obra podría quedar, en manos poco delicadas o timoratas, en humor negro o fábula esperpéntica. Aquí se tratan la muerte, el alzheimer, la infidelidad, el suicidio… No es así porque la dirección de Lali Álvarez y la interpretación de Clara Garcés le toman perfectamente el pulso a la cuestión, y modulan con muy buen tiento la comedia, la tragedia, la angustia y el hartazgo, el horror y la claridad de la vida misma.
En una sala con un secador y una silla de peluquería (que esconde más trucos que un coche de James Bond; aplauso para la labor de Àngel Grisalvo) como únicos elementos escénicos, la luz juega un papel imprescindible para delimitar apartes, elipsis y estados de conciencia diversos, un diseño de iluminación que corresponde a Demian Iglesias. Clara Garcés se multiplica en los varios personajes que interactúan con Clarissa, pero habita con mayor profundidad que ninguno su propio personaje, y es gracias al juego de luces y a los trucos que esconde la silla que su historia puede ir avanzando sin tropiezos, saltando entre los hechos, las opiniones, los recuerdos, los olvidos e incluso el punto de vista que en ocasiones se acercan al teatro épico de Brecht, pero sin ceder totalmente al distanciamiento. Brilla al representar las sombras de la vida, y brilla al remontarse en el júbilo más extasiado.
La obra es emocionante, divertida y conmovedora, sincera y entretenida, sentida y a la vez juguetona. Garcés se gana al público en todos los registros por los que se mueve, y solo nos queda la duda de si el poco de autoconsciente que tiene la obra era realmente necesario, si hacía falta esa pequeña referencia a los mecanismos que usa (y que no) y esa tranquilización del público respecto a lo que puede y no pasar (empezando por el título, pero también en escena). La vida, es muy cierto, no ata todos los cabos, pero a fin de cuentas, tampoco nos promete ninguna seguridad.
Crítica realizada por Marcos Muñoz