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03.02.2023 Música  
El punto ciego de la pena

El 28 de enero Jorge Drexler presentó su último álbum Tinta y Tiempo en el Wizink Center de Madrid. Nunca antes había tocado para multitudes en España y su público, acostumbrado a formatos más íntimos, acudíamos con ilusión y algo de escepticismo al áspero auditorio del Wizink.

La blanquísima portada de Tinta y tiempo, inspirada en el bloqueo ante la página en blanco que sufrió Drexler durante la pandemia, parece contagiar el escenario. No hay luces, ni proyecciones, solo un lienzo blanco sobre el que se recortan las siluetas de los instrumentos.

Se percibe un rebullir nervioso cuando Drexler entra en escena para arrancar este concierto. Suena el Plan Maestro; es la misma canción con la que se abre el álbum y parece una declaración de principios. Amar es sin duda el plan para esta noche.
Sin solución de continuidad encara Deseo y retoma nuevamente la senda de Tinta y Tiempo con Corazón Impar y Cinturón blanco. El público, expectante, ha traspasado la dimensión catedralicia del auditorio y hemos sucumbido a la sensación de cercanía. Para acentuarlo viajamos 20 años atrás en el tiempo y nos reencontrarnos con Me haces bien y Fusión, en la que brilla la guineana Alana Sinkëy.

Drexler nos guía por su repertorio con suavidad y aparente improvisación. Cruzamos épocas y saltamos desde Inoportuna a la novísima Bendito desconcierto para regresar a Era de Amar. Son treinta años de carrera en los que Drexler se ha expresado de formas distintas. Sus palabras han servido de brújula en nuestras propias biografías y condensan incongruencias que el tiempo aflora y que él mismo señala divertido, como la contradicción filosófica que encierran Corazón Impar y Fusión.

Aunque estos guiños al pasado exalten nuestra memoria, Drexler no hace largas concesiones a la nostalgia y enseguida nos conduce al presente más vibrante con ¡Oh, Algoritmo! en la que, en ausencia de la israelí Noga Erez, se atreve a rapear en inglés, apelando no obstante a nuestra complicidad para dejarlo solo entre nosotros, despertando con ello nuestra carcajada.

Al llegar a Salvapantallas el diálogo invisible entre público y músico es estrecho y el Wizink se enciende en una constelación de móviles que ilumina esa común intimidad. Asilo, a continuación, solo contribuye a acrecentar ese ascenso emocional, conmovidos por la voz de Miryam Latrece.

Suceden Tinta y Tiempo y El día que estrenaste el mundo, en la que Jorge, siempre didáctico y con ese aire inevitable que le envuelve de profesor sabio y amable nos explica como distorsiona su voz con el sintetizador de Meritxel Neddermann.

Alcanzamos el ecuador y llega el momento de dos himnos ligados por la historia de este músico. La Milonga del moro judío y el tributo poco velado que hizo 22 diciembres después a quien le regaló ese verso, Pongamos que hablo de Martínez. Dos canciones que aluden a un consejo delirante que propició un vuelco vocacional, aunque 28 años después de aquello, podríamos decir sin asomo de duda y parafraseando su lírica, que el regalo nos lo hizo “Martínez” a las 6.500 almas que ocupamos el Wizink esa noche.

Con las primeras notas de Nominao, la incógnita que orbitaba esa noche se disipó completamente. C. Tangana hizo aparición en el escenario para levantar al público, especialmente a la sección que aun no había nacido cuando se publicó Vaivén. La vibración varió por completo y como diría Drexler, la energía descendió desde el centro del pecho a la pelvis.

C.Tangana se saltó el guión y empujó a Drexler a improvisar a su lado La edad del cielo. El uruguayo protestó vagamente pero sin convencimiento. La edad del cielo es uno de esos temas que Drexler escamotea en sus directos, pese a que muy probablemente sea uno de sus himnos más queridos, lo que provocó que la encerrona fuera ovacionada.

Tras la exaltación post Tangana, y no sin dificultad, Drexler retomó la calma y la intimidad. Sonó Duermevela dedicada a su madre, Lucero, y en Movimiento, la energía volvió a dispararse para desbordarse y terminar con Telefonía y Tocarte; de nuevo con la participación de El Madrileño pero también de La Melaza un grupo de candombe uruguayo que puso en escena esta percusión tocada por 15 mujeres vestidas de vibrante rojo.

Tras el protocolo tácito de despedidas, Drexler regresó con Silencio, la Guerrilla de la Concordia, La Luna de Rasquí, Todo se transforma y Amor al Arte; con la que completó el último álbum.

Una segunda y última despedida con Bailar en la Cueva convirtió el Wizink en una exaltación catártica al ritmo de los candombes. Drexler se despedía, mientras la banda abandonaba el escenario y las pantallas proyectaban imágenes entre bastidores donde los músicos seguían bailando y cantando, alargando esa noche perfecta.

Fueron 28 canciones y casi dos horas y media en las que descubrimos que hay momentos y lugares en los que el ojo omnisciente de la pena tiene un punto ciego. Un oasis alejado del mundo en el que Drexler nos ofreció un instante histórico en el que brillaron su música y sus palabras como un faro vital. Drexler pisaba un territorio nuevo pero demostró que la intimidad no tiene dimensión física, ofreciendo un concierto colosal e histórico.

Crónica realizada por Diana Rivera

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