Eduard Fernández protagoniza en los Teatros del Canal de Madrid la obra Todas las canciones de amor; un monólogo en el que rinde tributo a su propia madre y a todas las madres. La obra, que nos presenta un delicado viaje emocional que deambula entre los recuerdos y el olvido, está dirigida por Andrés Lima a partir de textos de Santiago Loza.
Todas las canciones de amor es la reflexión de una madre al final de su vida. Una mujer que desde su cocina proyecta recuerdos felices del pasado mientras asiste confusa al paulatino derrumbe de su mundo interior. Las escenas de esos episodios vividos son nítidas pero el resto se desdibuja. El tiempo y el espacio se derriten y la realidad solo es un vago concepto. Pero incluso en ese oscuro pervive el recuerdo del hijo y todas las canciones de una vida.
Eduard Fernández perdió a su madre, enferma de Alzheimer, durante la pandemia y no pudo despedirse de ella. De aquí surgió la necesidad de esta obra que nace como un homenaje. Sobre el monólogo de Santiago Loza, el actor propuso la incorporaron de elementos y vivencias propias de su biografía y de la de su madre para aproximar el texto a su propia historia. El resultado es este texto que, respetando la trama inicial, permite al actor sumergirse con una intensidad conmovedora en la que es fácil vislumbrar la carga emotiva y la deuda emocional.
El trabajo de Eduard Fernández va mucho más allá de lo excepcional. Desde su entrada en escena asistimos a una verdadera metamorfosis. La construcción del personaje es sobrecogedora. Los pequeños gestos, sonrisas y los quiebros de voz son tan sutiles y naturales que nos lleva de su mano sin resistencia. Sin artificios o transformaciones dramáticas y de una forma inimaginable pero repleta de amor y respeto Eduardes esa madre. Él es todas las madres.
El apartado técnico tiene un peso específico en el montaje y merece mucha atención. Si el texto es soberbio y la interpretación de Fernández estratosférica, el diseño escénico sigue la misma línea. Beatriz San Juan al frente de la escenografía, Miquel Raió en la videocreación, Valentín Álvarez en la iluminación y Enrique Mingomresponsable del sonido materializan el desasosiego que produce en viaje hacia el olvido con un montaje vivo y en permanente transformación. La pieza entera transcurre en una cocina doméstica que a través del mapping (proyecciones) y una estudiada iluminación envejece, se agrieta y desaparece. El escenario en sí mismo interviene de esta forma como una metáfora de la memoria de la protagonista. Un espacio que cada vez es más confuso y lentamente se desvanece.
Enfrentarse al drama del olvido y de la soledad de una madre que espera a un hijo, cuando es consciente de que todo se está destruyendo, exige un espinoso equilibrio. La dimensión de las emociones es salvaje y fácilmente el drama puede teñirlo todo. Sin embargo, el trío Lima – Loza – Fernández consiguen trabajar la sutileza para arrancarnos incluso una sonrisa tierna que nos ayuda a identificar en esa mujer a todas nuestras madres y abuelas. En definitiva, nos embarcamos en este monólogo conmovidos pero no arrasados. Solo en el momento final cuando lentamente entendemos que hemos cruzado ya ese día, en el que con “piedad y paciencia” esta madre nos ha llevado de la mano, el nudo que intuíamos en nuestro pecho de pronto lo ocupa todo.
Todas las canciones de amor es un tributo y una ventana al interior de un amor incondicional que pervive cuando todo se destruye. Es una pieza emotiva, conmovedora y universal, pese al personalísimo trabajo que realiza Eduard Fernández que nos ofrece una interpretación descomunal.
Crítica realizada por Diana Rivera