El Teatre Akadèmia, en el Eixample de Barcelona, estrena Quatre dones i el sol, un texto de Jordi Pere Cerdà con dirección de Roger Casamajor (quien debuta como director). Una historia sobre los entresijos de una familia rural llena de secretos, miedos y esperanzas, donde la llegada de un ayudante para los trabajos del campo, sacará a la luz las emociones más intensas.
Quatre dones i el sol es una obra producida por Escena Nacional d’Andorra, que nos sitúa en una casa aislada prácticamente del mundo por la nieve y los campos. Cuatro mujeres, vestidas con prendas de colores neutros que evocan la tierra y especialmente la bruma de la que tanto se habla en la obra (vestuario a cargo de Anna Mangot) entran en escena y nos abren las puertas a sus historias de vida. Apenas unos minutos más tarde ya somos conocedores del conflicto que hará tambalear toda estructura: El padre de familia –al que se irá describiendo pero que nunca llegaremos a conocer de verdad- contratará a un hombre para que ayude en las tareas del campo. El otro hombre de la casa, Batista, su hijo, está encarcelado hace años y la única figura masculina presente es la del padre, por tanto cuando el ayudante llega, se genera un gran revuelo entre las mujeres.
La obra transcurre siempre en el mismo sitio y lo que hace avanzar la historia son los diálogos entre las mujeres, que nos adentran en sus emociones. La casa, alejada de todo, es a ratos una desdicha para la protagonista menor, Adriana, interpretada por una Núria Montes jovial y fresca que da vida a un personaje lleno de la ilusión propia de la juventud con el que es imposible no encariñarse. Su madre, interpretada por Annabel Castan, ya no recuerda ese anhelo juvenil y de hecho, pocas veces se la ve sonreír. Solamente cuando mira a su hija a los ojos y conecta de nuevo con la esperanza. Annabel Castan se abre en canal en escena, y nos adentra precisamente en el bloqueo emocional de un personaje plagado de dolores. Por su lado, Irina Robles representa a la tía Vicenta, una mujer emocionalmente marcada por un suceso del pasado que se mantiene encallado en sus entrañas. Robles nos emociona con su interpretación tan pura y transparente. El reparto se cierra con Jèssica Casal, quien interpreta a la nuera, una mujer que vive en la casa familiar de su marido y que no acaba de encajar en ese lugar. Pepa se va abriendo a lo largo de la obra y nos va compartiendo su gran deseo de cambiar. De lugar, de vida, de día a día. Un personaje lleno de contención que hace que nos quedemos con ganas de saber más de sus sentires.
La escenografía, a cargo de Enric Romaní, nos propone un espacio innovador, minimalista y circular –haciendo referencia al Universo- con el que consigue, juntamente al trabajo actoral, que imaginemos perfectamente aquella casa vieja, con el fuego de la chimenea, las paredes de piedra y una ventana desde donde se ven las pocas casas vecinas, los campos, el ganado y la niebla que siempre lo rodea todo. La presencia del Universo se mantiene a lo largo de la obra, especialmente en los cambios de escena, no solamente gracias a la escenografía y el movimiento, sino también a unas proyecciones diseñadas por Hector Mas y Daniel Arellano acompañadas de un espacio sonoro a cargo de Lluís Cartes.
Éste Universo que se hace presente, parece no ser más que una metáfora de las relaciones, especialmente de aquellas que las mujeres establecen entorno a los hombres. En escena se nos muestra el rol que tenía la mujer en el mundo rural, en una época marcada por el patriarcado, teniendo como prioridad el cuidar de la casa y del hombre. En este caso, sin embargo, las mujeres más jóvenes de la familia, cuestionan éstas actitudes y tienen una mirada más amplia en relación a su género, manifestando la necesidad de poner el foco en ellas mismas, sus sueños y esperanzas.
En definitiva, Quatre dones i el sol es una obra que mezcla un formato clásico (por la amplia presencia de texto y la prioridad que se da a éste), con una ambientación que innova a través de la escenografía, los audiovisuales y el espacio sonoro. Una obra que cobra vida gracias a cuatro actrices que muestran intensamente las emociones de sus personajes, bien distintos entre ellos: La razón y el bloqueo emocional enfrontándose con la emoción desesperada y frustrada, a la vez conviviendo con la inocencia (joven, fresca, esperanzada), y chocando con una contención con tremendas ansias de liberarse. Todo ello, con un punto de partida sencillo pero que es capaz de sacar a la luz todo lo que había sido silenciado en la familia pues, como dice la madre, “nuestro silencio ha sido siempre una larga conversación”.
Crítica realizada por Maria Sanmartí