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30.01.2023 Críticas  
La sensibilidad

En esta moda de adaptaciones de Miguel Delibes, nos encontramos con Las guerras de nuestros antepasados dentro de la programación del Teatro Bellas Artes de Madrid y que lleva como protagonistas a dos grandes intérpretes como son Carmelo Gómez y Miguel Hermoso.

Este espacio dedicado a las representaciones teatrales ubicado en pleno centro de Madrid estaba a rebosar de gente aquella tarde y sospecho que, sin miedo a equivocarme, será así hasta que finalice la representación de Las guerras de nuestros antepasados. Es el placer de encontrar un teatro repleto de fieles entusiasmados, aunque lo sean únicamente por un rato.

Un grito contra la violencia de las guerras es la línea maestra de la novela de Miguel Delibes, escrita casi en su totalidad en forma dialogada y que adapta Eduardo Galán con mucha sensibilidad, en un estado mínimo de intervención buscando ajustarse al máximo al texto y a sus características originales. Así, los encuentros entre un doctor y un interno de un sanatorio penitenciario marcarán los acontecimientos durante los cuales el mundo rural tiene un papel destacado, todo aliñado con toques de humor y con un cuidado lenguaje coloquial característico del medio campestre, lo que aporta grande dosis de realismo y credibilidad a los diálogos que se van sucediendo.

Parte de este éxito radica en el trabajo interpretativo de Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. Ambos forman un elenco de lujo para dotar a La guerra de nuestros antepasados de una dimensión única y especial. El actor leonés impresiona con su inmenso talento y su increíble capacidad para transmitir todo el tormento del personaje a través de un característico lenguaje y de la riqueza gestual de su trabajo. Ambos se mueven a la perfección entre palabras, onomatopeyas, silencios y miradas cómplices.

Claudio Tolcachir es el encargado de dirigir este montaje que nos permite volver al teatro en palabras mayúsculas, ese que permite cuestionarte la realidad y reflexionar acerca de lo que tiene lugar sobre las tablas, en este caso el concepto de masculinidad. Fijar la mirada en esos hombres que se esfuerzan por encajar en el concepto ideal de ser hombres de verdad en un contexto que los rechaza por ser sensibles consigo mismos, con los demás y con la naturaleza. Una dirección que demuestra, una vez más, que el teatro lo puede todo y nos enseña a mirar con la honestidad del que observa sin juzgar.

Además, en esta obra, texto y puesta en escena van de la mano en un montaje en el que la escenografía de Mónica Boromello juega un papel fundamental. Varias estructuras alargadas presiden el escenario y van cambiando de posición durante los casi noventa minutos que dura el espectáculo. Ahí transcurre el cien por cien de la acción. Con muy pocos elementos pero brillantemente utilizados nos brinda una puesta en escena inmejorable. Otro de los puntos fuertes es, sin duda, el maravilloso diseño de luces de Juan Gómez Cornejo que logra que los espectadores y espectadoras transiten en una serie de atmósferas que ayudan a comprender mejor las historias que describe el protagonista en su relato.

Las guerras de nuestros antepasados te remueve por dentro; con un actor protagonista que está soberbio y lleno de verdad y al que el público, en pie, recompensa con una cerradísima ovación. Un montaje imprescindible.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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