Candela Peña y Pilar Castro nos embarcan en el Teatro Pavón de Madrid en Contracciones, una hipótesis sobre hasta dónde pueden llegar las relaciones laborales sin límites éticos. Una propuesta ácida y dramática, con grandes dosis de neoliberalismo y distopía, escrita por Mike Bartlett y dirigida por Israel Solà.
Años ha una profesora de inglés me comentaba con mirada seria y entonación irónica que, allí donde ambos trabajábamos, el acrónimo HH.RR. no quería decir Human Resources sino Human Remains. Un área, dirección o departamento supuestamente del diseño de una organización profesional, de encontrar los perfiles que hagan que su negocio salga adelante y consigan los objetivos marcados que en Contracciones es liderado por Pilar Castro. Un personaje objetivo, asertivo y reglado, alguien que se atiene a la lógica y la determinación de lo escrito. No es que no sea flexible, sino que encuentra la seguridad, el orden y la visión que necesita en el respaldo y el refugio en esos entes indeterminados que son el plural mayestático y la abstracción del concepto, el apelativo y el término de “la empresa”.
Por su parte, Candela Peña nos representa al común de los mortales asalariados que en algún momento de nuestras vidas hemos acudido al despacho ocupado por esa supuesta persona cuya misión consiste en establecer no solo qué tenemos qué hacer, sino en encontrar la manera de conseguir que realicemos mucho más sin por ello ser remunerados como corresponde. Un rincón de la oficina en el que se es citado para ser valorado, sin posibilidad de participar en el proceso, y resuelto administrativamente, sin oportunidad de recurrir.
Contracciones se inicia como una situación cómica, las altas instancias de la corporación de la que alimenta tu cuenta bancaria recordándote que tienes que mantenerla al tanto de tus relaciones amorosas y sexuales con otros compañeros de trabajo, para progresivamente derivar en una simbiosis -sorprendente, agitadora, aterradora e indescifrable- de narraciones de George Orwell, Adolph Huxley y Ray Bradbury. Un camino muy bien trazado por Mike Bartlett, y versionado por Jorge Kent, que en el escenario se plantea como una suerte de día de la marmota, como escenas que siguen el mismo esquema. Emma entra y se sienta, es interpelada e interrogada, mientras la invasión de su intimidad y la coacción es cada vez más profunda.
Israel Solà parte de la excelencia interpretativa individual y conjunta, complementaria y confrontada, de Candela Peña y Pilar Castro para desarrollar una puesta en escena, iluminación y escenografía de Rodrigo Ortega y Bibiana Puigdefàbregas, resulta diáfana y transparente a la par que invisiblemente claustrofóbica, únase a ello la creación musical de Guillem Rodríguez.
Algún elemento de atrezo y caracterización podría haber sido más elaborado, lo cual creo que hubiera sumado y nunca restado, mas Solà ha optado por dejar que sean las miradas, la disposición corporal y lo pronunciado los que nos descoloque, inquiete y supere. Las sonrisas iniciales se convierten en movimiento en la butaca para acabar dejándonos clavados en ellas. No solo se ha asistido a una buena representación teatral, sino también a una muestra de lo que sucede en demasiadas corporaciones -he ahí la hemeroteca de cada día- y en lo que puede derivar afectándonos a todos y cada uno de nosotros.
Crítica realizada por Lucas Ferreira