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25.01.2023 Críticas  
¿Cuánto puede aguantar un corazón antes de romperse?

La Sala Fènix, en pleno corazón del Barrio del Raval de Barcelona, apuesta por una obra que nos propone un viaje hacia la psique humana: Jo sóc la fúria. La Companyia del Corb, nos presenta a una psiquiatra que empieza a hacer el seguimiento a un paciente diagnosticado de esquizofrenia y acusado de cometer distintos delitos.

En su primer encuentro, con los nervios de ella a flor de piel, la doctora expresa al paciente que para poder hacer un buen trabajo, deberá hacerle unas preguntas. Él le responde: “Tú no quieres hacerme preguntas. Tú quieres convencerme de tus respuestas.” Con esta frase, el público empieza a cuestionarse sobre cómo vemos la salud mental y especialmente, de cómo entendemos la justicia y gestionamos las emociones que nos aparecen cuando vivimos situaciones que nos generan rabia o impotencia. Si nos dejáramos perder el control, ¿qué pasaría?

La interpretación, de Christian Paretas en el papel de paciente y Anna Mestre como psiquiatra, nos adentra fácilmente en la vida de ambos y nos permite empatizar con ellos incluso cuando no parecería posible. Y esto es gracias a la verdad interpretativa y gracias a unas expresiones que van más allá de la palabra. Paretas se abre en canal para dar vida a un personaje a ratos dolido, a ratos preso de la ira, a ratos lleno de bondad. Su personaje nos interpela, nos mira a los ojos con su mirada profunda y nos remueve por dentro. Mestre, por otro lado, nos acerca a la vida personal de su personaje, a su felicidad, a sus dudas y especialmente a su dolor, poniéndonos los pelos de punta en varias ocasiones.

La complicidad entre los dos actores se ve reflejada en escena, pues el encuentro de sus dos personajes y los rumbos que tomará su relación, en la que el paciente no será tan paciente y la profesional perderá a ratos su profesionalidad, nos llevan a un viaje intenso de 85 minutos donde conoceremos la Fúria. La de ellos, y la que todos llevamos dentro.

Es imprescindible destacar la ambientación que se crea gracias a la escenografía, el atrezo, el sonido y la iluminación. El juego de luces, nos lleva a distintos momentos sin la necesidad de que los actores salgan de escena. Los distintos tonos elegidos, son muy acertados para infiltrarnos especialmente en la psique humana. En cuanto al sonido, la combinación del silencio con efectos sonoros y con canciones muy bien elegidas para cada ocasión, consigue que el público pase de la hipnosis a la desesperación en cuestión de minutos. Finalmente, una escenografía simple pero práctica y efectiva ayuda a un ritmo que combina calma y dinamismo a lo largo de la obra.

La dirección y dramaturgia de Marcel Clement, no deja que nos distraigamos en ningún momento y sus giros de guión centran nuestra atención de principio a fin. El público sale de la sala con más preguntas que respuestas; con unos valores que logran tambalearse; con una estructura que ya no parece tan segura y con muchas dudas y reflexiones. Tal vez los buenos no son tan buenos. Tal vez los malos no son tan malos. Tal vez la maldad y la bondad están más unidas de lo que nos imaginamos. Tal vez no podemos poner la mano en el fuego ni por nosotros mismos. Al fin y al cabo, ¿qué haríamos si supiéramos que nuestra acción no tiene consecuencias? ¿O si nos garantizaran que éstas no nos salpicarán? Muchas veces actuamos por nuestro propio bien, porque como dicen en escena, “decidimos cerrar los ojos para poder dormir”.

Jo sóc la fúria estará en cartelera hasta el 29 de enero. Una obra muy recomendable para quien quiera reflexionar, debatir, abrirse a la crítica social y sobre todo, auto observarse. Algo que, definitivamente, no siempre es para todos los públicos.

Crítica realizada por Maria Sanmartí

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