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18.01.2023 Críticas  
La identidad anhelada. Ciudadanos de ningún sitio.

Riccardo Rigamonti regresa al Teatro del Barrio de Madrid con Italianeses de Saverio La Ruina. Una joya narrativa que nos abre los ojos a una realidad ignorada, la de miles de civiles y soldados italianos que tras la Segunda Guerra Mundial quedaron atrapados en Albania, viviendo en campos de concentración huérfanos de patria e identidad.

La temporada pasada, Riccardo Rigamonti nos conmocionó con Kohlhaas. Fue una apuesta por el llamado teatro de narración que, guiado por su talento desbordante, sedujo a la crítica y al público siendo nominado como Mejor Espectáculo Revelación en los Premios Max. Habituados a historias complejas llenas de aristas e interpretaciones apoyadas por grandes escenografías o amplios elencos, Rigamonti nos mostró la belleza del teatro mínimo, de las escenografías simples y del poder fascinante y sugestivo que tienen las historias bien narradas.

Esta temporada Rigamonti nos conduce de nuevo a ese teatro íntimo, en el que la fuerza narrativa se construye en los matices, para hechizarnos con Italianeses. Asistimos a la historia de Tonino Cantisani, uno de los muchos niños que nació en los campos de concentración albaneses durante la dictadura de Hoxha, cuando su madre quedó atrapada en el país. Un niño que juega al fútbol apasionadamente ante la mirada de los guardias, crece, aprende la profesión de sastre, se enamora y tiene sus propios hijos viendo las alambradas como único horizonte. Un hombre que durante cuatro décadas como prisionero construye su propia identidad sobre los recuerdos imaginados de un país, Italia. Porque Tonino, antes que nada, es italiano.

Sin embargo, cuando la dictadura cae y el cartel de «Trieste» en la estación convence a Tonino de que por fin es libre de ser y de estar donde quiera estar, descubrirá que nadie le espera y su país tampoco. Doblemente rechazado, asumirá con paciente resignación que es un albanés en Italia y un italiano en Albania. Un ciudadano sin raices.

Italianeses nos enfrenta a las miserias de los campos de concentración y a la consternación que producen las vidas arrasadas por el azar. Evoca horrores que la historia ha ignorado y nos empuja a la reflexión. Sin embargo, pese a la crudeza de su fondo, es una obra que observa la tragedia con ojos infantiles. Todo es sutil e importa más lo que se omite que lo que se expresa. Es un relato sin odio del horror, en el que prevalece, por encima de todo, un homenaje a la ternura, la persistencia y la esperanza como motor de vida.

Este delicado equilibrio no sería posible sin la indiscutible habilidad de su protagonista. Rigamonti condensa destreza interpretativa, expresión corporal y gran sensibilidad. Tiene una capacidad aparentemente natural para conducirnos hacia el alma de las historias con gestos pequeños y mínimos quiebros de voz. Cojeando ligeramente al sentarse en la silla, que es su único apoyo escénico, nos transporta, literalmente absorbidos por su mirada y suspendidos en su voz, a un mundo sutil y profundamente poético.

Lo que hace Rigamonti en escena es tan aparentemente pequeño que sobrecoge. Nos arrastra a un teatro de verdad, sin prótesis ni artificios. Nos ofrece algo sincero, auténtico, que nos remueve y nos embelesa. Una historia que se constituye en protagonista y a cuyo exclusivo servicio pone su voz y toda su elegante expresividad. Lo que nos ofrece Riccardo Rigamonti con Italianeses es, nuevamente, un destello singular, esencial y de pura belleza.

Crítica realizada por Diana Rivera

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