Casi con la respiración contenida es como disfrutamos de la nueva propuesta de Àlex Rigola para teatro. Su versión de Hedda Gabler se escenifica estos días en el Teatre Lliure de Gràcia en Barcelona, una adaptación desnuda y minimalista de la obra del autor noruego Henrik Ibsen que bien podría rozar la instalación artística.
Tras una breve introducción del propio Rigola avisando de las posibles sensaciones claustrofóbicas que pueden provocar el espacio y solicitando silencio absoluto por parte del público y sus teléfonos móviles (lo de las toses ya sabemos que es imposible de conseguir…) pasamos al interior de una caja de madera (con techo descubierto) donde, durante aproximadamente 75 minutos, vamos a convivir 80 personas y los 5 actores.
Esa es toda la escenografía de la obra, junto al escaso atrezo acompañante compuesto de un par de ilustraciones, un cartel escrito a mano y la pistola de Hedda. Tampoco hay espacio sonoro ni un vestuario especial. La intención de Rigola es acercar, al máximo posible, actor y emociones al espectador. Usando los nombres de los actores en vez de los de sus personajes y rompiendo la cuarta pared en una pequeña presentación inicial de sus historias la obra transcurre entre miradas, silencios y conversaciones escuetas. La dramaturgia se ajusta únicamente a lo justo y mínimo para transmitir la (in)felicidad, el tedio, la ambición o la insatisfacción de los protagonistas.
No hace falta decir que el elenco, encabezado por Nausicaa Bonnín en el papel de Hedda Gabler, junto a Joan Solé, Miranda Gas, Marc Rodríguez y Pol López está a la altura de un proyecto así. Quiero creer que para ellos también ha sido, como mínimo, emocionante enfrentarse al desafío de trabajar en un teatro que no es al uso en el que el ejercicio teatral es diferente y, posiblemente, más intenso que en otros trabajos.
La propuesta es, cuanto menos, atractiva por la originalidad. Pero estoy convencida de que se habrá hecho aburrida para algún sector del público y, en algunos momentos, difícil de seguir para algunos. A mí me satisfizo enormemente. La carencia de texto consigue lo que, entiendo, es la pretensión del director de vincularnos a los sentimientos primigenios de la obra de Ibsen. Además, la cercanía con el actor siempre es un disfrute para mí. Y el sosegado ritmo de toda la función (que bien puede recordar a las cadencias asiáticas) a mí me seduce.
Hedda Gabler es un teatro Rigola atrevido. Es experimentar, anteponiendo la singularidad e imprimiendo personalidad. No es el primer Ibsen con el que se atreve Rigola y, de nuevo, sale muy bien parado. Teatro, no para claustrofóbicos, pero sí para público innovador.
Crítica realizada por Diana Limones