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02.12.2022 Críticas  
Individuales y agrupados

Tribu, la segunda obra de la trilogía que el Colectivo Fango recupera de sus anales en los Teatros del Canal de Madrid, sorprende con su retrato del presente y su evocación del pasado de la especie humana. Un espectáculo basado en el diálogo y la síntesis entre cuerpo, movimiento y performance.

”Somos un colectivo interdisciplinar en plena búsqueda de identidad humana y artística. Para nosotros, esta búsqueda es también una herramienta política. Profundizar en aquello que somos, sin querer generar resultados cómodos, nos libera y nos da esperanza”… Así se presenta, define y propone el Colectivo Fango en su página web. Una declaración de intenciones que se ve perfectamente materializada en una propuesta como Tribu, el segundo de los montajes que estos días recuperan en la sala verde de los Teatros del Canal. La semana pasada fue el turno de F.O.M.O. (Fear of Missin Out) y la próxima será el de La espera, títulos con los que desafía, provoca y estimula a sus espectadores.

El punto de partida de Tribu es una reunión de lo que aparentan ser cinco amigos, y un bebé en camino, en torno a una mesa para disfrutar de una copiosa gastronomía regada de buen vino y acompañada de una conversación en la que se funden el estado anímico actual con la evocación de situaciones de su pasado que se les quedaron grabadas en el corazón. Imágenes que revelan un costumbrismo que hoy podríamos interpretar como dramatismo y barbarie. Sin darnos cuenta, Tribu nos está lanzando el gancho de a donde nos quiere llevar.

Aunque esto lo deduzco a posteriori, desde la reflexión de su final. Hubiera estado bien que fuera menos sutil, porque una vez que nos tiene situados, atmósfera bien conseguida, Camilo Vásquez parece no saber si profundizar o evolucionar y nos tiene en un terreno en el que los diálogos dudan si ser reiterativos, anodinos o alegóricos. Cierto es que se sostiene gracias a la conexión entre Ángela Boix, Fabia Castro, Trigo Gómez, Rafuska Marks y Manuel Minaya. Funcionan de todas las maneras, individualmente, como conjunto y en cuantas combinaciones de dos, tres o cuatro se puedan establecer entre ellos.

Esa es el motivo por el que Tribu crece cuando se desborda y eclosiona, cuando se convierte en lo que desea ser, abandona el hoy y se lanza a millones de años atrás, a una interpretación y símbolo de lo que supuso ser humanos antes que personas, sensoriales y emocionales antes que racionales y premeditados. Su búsqueda de la autenticidad, de lo intrínseco de nuestra especie, de aquello que nos lleva a interactuar, a ser y crecer a partir de ello, es atrevida en lo conceptual y sugerente en lo estético.

Su conversión de un escenario contemporáneo en un símbolo de lo material y primario de la naturaleza -gracias a la escenografía de Silvia de Marta, la iluminación de Juan Miguel Alcarria y el movimiento de Natalia Fernandes-, hace que se extiendan por él lo polvoreo y lo líquido, que los cuerpos se busquen y relacionen de manera primaria y visceral. Desaparece el verbo, pero la fisicidad, el tacto y el roce como manera de conocer y tomar, apreciar y poseer, son de una expresividad plena que desde el patio de butacas se ve, percibe y vive con sorpresa y placer, como si lo que allí estuviera ocurriendo tuviera algo de sacro y chamánico. Como si lo que hubiéramos visto no fuera real, sino producto de una satisfactoria hipnosis de la que, cuando se encienden las luces, no sabemos si hemos salido o si queremos salir.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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