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29.11.2022 Críticas  
Un catálogo de tejidos

En 2017 en el Ambigú del Teatro Pavón Kamikaze Pablo Remón estrenaba Barbados, etcétera. Ahora, en el marco del 40º Festival de Otoño de Madrid se vuelve desde el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque a Barbados en 2022, mi Remón perdido.

Texto y dirección de Pablo Remón, Fernanda Orazi y Emilio Tomé como Mujer y Hombre en un espacio y tiempo sin definir, solo que al menos sabemos que hay tecnología, hay IKEA, hay Mercadona y hay frigoríficos Ariston, conocidos por sus silenciosos motores. También existen los tapiceros, aunque sea el único que quede en cada lugar en que vivamos, o quizás sea el último sobre la faz de ese lugar en guerra; en guerra interna y guerra en las calles, en los cielos.

La escenografía de Mónica Borromello es un espacio destruido, o en construcción, o en reconstrucción, como la historia («¿hay historia?») que relatan los personajes; con el acento de la iluminación de David Picazo: constante, sin artificio, imprescindible.

Desde el comienzo de la obra, con Emilio Tomé como ese niño de casi dos años que toca la trompeta para lidiar con la ansiedad e impotencia que le produce no poder nombrar todo lo que ve; la cadencia, los acentos, las pausas largas y cortas, vi el espíritu de Pablo Messiez en escena. Barbados en 2022 es Pablo Remón, poseído por Pablo Messiez, invocando a Samuel Beckett. Esta ceremonia teatral, una ouija escénica en la que los cuerpos de Fernanda Orazi y Emilio Tomé viven dos historias (o quizás sean tres) en las que el amor está presente: el amor a las palabras, el amor del tapicero, el amor a un niño que es un demonio, que quizás sea ese mismo niño con nombre de personaje de cuento, que toca la trompeta, al que su padre pega porque se porta fatal. O quizás no.

Pablo Remón parece que ha entrado en una etapa de consumo sostenible en la que, como ya ocurría con la despersonalizada Los farsantes, recicla ideas, allí de otra, y aquí, una propia, creando una posible obra infinita (de nuevo Messiez y si texto infinito) que se represente cada cinco años (2017, 2022, 2027, 2032, …) y que siempre sea la misma, pero distinta, o tenga añadidos o borrones o silencios largos, o tenga un final abrupto con un fundido a negro en medio de un parlamento. Me pilló por sorpresa este Remón juguetón, desprejuiciado e inconsciente. Le sienta muy bien a Pablo Remón escribir desde este lugar tan alejado de la autoconsciencia y lo que ya espera el público cuando va a ver «un Remón«, que es lo que me ocurrió con Los farsantes, que me dejó con la sensación de estar asistiendo a la representación de un texto escrito en serie, con el piloto automático, como cuando uno se queda con la mirada perdida mientras realiza un acto mecánico repetido mil veces.

Me resulta impensable poder ver este montaje con otras personas que no sean Fernanda Orazi y Emilio Tomé, perfectamente sincronizados y acompasados en este baile de palabras libre, sin filtros, al amparo de una elipse a la sombra de un árbol que les cobija entre la aridez y el desorden que les rodea. Me fue imposible quitar la mirada del escenario, ver sus gestos, sus reacciones al relato en construcción, tocándose solo con las palabras. Quedo con ganas de ser convocado en 2027 a este viaje a Barbados, ya sea en el arcén de una comarcal donde el último tapicero haya volcado con su furgoneta, o en la sección de plantas y jardín del IKEA. Bravo Remón, bravas Orazi y Tomé, y bravo Festival de Otoño por dar cabida a este proyecto en la programación.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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