Se aproxima el final de la pieza en cuatro partes El lugar y el mito, en el Teatro de la Comedia de Madrid, con la parte C: El engaño, con la dirección, dramaturgia y plástica escénica de Paola de Diego.
La conferencia escénica que es El engaño, donde Luna Miguel y Luis Sorolla dialogan sobre el mito, el paisaje, las palabras y el lenguaje, es el cerebro de este cuerpo escénico que ha creado Paola de Diego, donde estos dos hemisferios corpóreos se dicen y no dicen todo eso que perciben como una imagen, una captura efímera de un momento irrepetible.
El engaño, a falta del cierre de este diálogo a partir del mito de Don Juan con la devastación, es el movimiento de este proyecto que más he disfrutado, por su concreción y lo ubicuo en todo El lugar y el mito. Me da todo lo que en La belleza eché en falta, más allá de que ahora capto ese mensaje que allí se me dejaba, y que, como en la breve búsqueda del tesoro que Luna Miguel y Luis Sorolla emprenden entre la vegetación, este se encuentra depositado en un sobre dorado a los pies de un árbol.
Paola de Diego vuelve a utilizar al Don Juan de forma anecdótica para hablar de habitar el espacio, del ser, de ser, de estar, pero casi siempre como individuo, un agente único en medio de un paisaje que ya es, mientras que los cuerpos, cada uno de ellos, quieren ser parte del mismo. Este retorcer palabras lo recibo más próximo al «to be, or not to be, that is the question» de Hamlet, que al señor que viola y engaña, y cuya máxima reflexión metafísica pasa por quizás nunca poder pedir disculpas por todo el mal que provoca.
No podía evitar pensar en las semejanzas de El engaño con La clausura de amor, pero con dos lexatines encima. Luis Sorolla siempre está en el lugar que se le pide, y su interpretación está perfectamente ajustada al paisaje. Imagen: sus largos pies desnudos sobre el musgo. Imagen: sus labios cubiertos de agua del río dorado. Luna Miguel es carismática, presencia hipnótica sobre el escenario, transitando por el espacio, aunque su interpretación se sustente únicamente en la oratoria.
Quizás La belleza la hubiese comprendido a continuación de El engaño, y hubiese valorado por fin constatar que los cuerpos de allí formaban parte de ese paisaje, eran el paisaje, como es el deseo aquí de Luis Sorolla, no ya mimetizarse con el lugar sino convertirse en él y ser el paisaje deseado.
Crítica realizada por Ismael Lomana