Si hay un personaje arquetípico en la historia de nuestra literatura es el Don Juan, mito que aparece por primera vez en Tan largo me lo fiais. La segunda será en El burlador de Sevilla, que tras su estreno en el Festival Grec, llega al Teatro de la Comedia de Madrid para quedarse hasta el 13 de noviembre.
El deseo sexual, a menudo encubierto entre florituras y disfrazado de un sentimiento más profundo, ha sido y es un tópico en la literatura y en cualquier representación artística en general. Concretamente, el mito del Don Juan -entendido también como una de las aportaciones más significativas y representativas de la cultura española- gira en torno al instinto más primario y a la idea de poder a través de la posesión carnal.
La tradición de esta figura literaria comienza en el siglo XVII y, de alguna manera, pervive hasta nuestros días, aunque reconvertido y redirigido a los tiempos actuales. Tirso de Molina, a quien se le atribuye entre discusiones El burlador de Sevilla, sería su creador si aceptamos la versión de que Tan largo me lo fiais también es de su autoría. Sin embargo, cuenta con algunos antecesores que ya esbozaban a un tipo seductor y desafiante, Juan de la Cueva con El infamador o Luis Vélez de Guevara con El hércules de Ocaña.
Supone un gran reto adaptar una pieza teatral del Siglo de Oro al público de la instantaneidad de nuestro tiempo. Xavier Albertí como director y Albert Arribas como dramaturgo han elaborado una propuesta en la que se respeta casi al completo el texto original. De hecho, sortea delicadamente cada palabra en castellano antiguo y resuenan como si de una lectura interna se tratase. Quizás, precisamente por este respeto al lenguaje se pierde cierta agilidad en algunos puntos de las dos horas de espectáculo. Las dificultades para escenificar y extrapolar esta obra al tiempo actual se hacen patentes cuando los momentos musicales del piano y la ayuda del tenor Antonio Comas no consiguen dinamizar la acción.
No funciona el toque de modernidad con la musicalidad ni los escasos efectos, en parte, por la austeridad de la escenografía y el vestuario enlutado. Un telar oscuro y una gran mesa rectangular son el único atrezzo de la obra que, además, no desaparecen en ningún momento del escenario y causan aturdimiento en algunas escenas en las que no cesa su movimiento por parte de los personajes. Sin embargo, sí destaca el alegato de las tres mujeres bajo una lluvia insinuada que lo viste de alegoría.
Los personajes femeninos (Cristina Arias, Lara Grube e Isabel Rodes), Don Gonzalo de Ulloa (Rafa Castejón) y el padre de Don Juan (Arturo Querejeta) destacan de manera sobresaliente ante un Don Juan impasible y algo inexpresivo (Mikel Arostegui). Aunque el personaje que resulta menos reconocible es el Catalinón, convertido en una caricatura histriónica que intenta domar con gracia Jorge Varandela.
Pese a la oscuridad, nunca mejor dicho, se erige la claridad. La imagen del depredador sexual, del burlador que arrebata la libertad femenina y que relega a la mujer a ser considerada un ser humano de segunda clase -sin voluntad ni poder de decisión- queda retratada con éxito. La violencia, en la ficción, se suicida con el Don Juan, justo castigo del cielo. Albertí nos ha permitido gozar de un pedazo de nuestra cultura para reflexionar sobre si “la causa, vida de tantos desastres, es muerta”.
Crítica realizada por Esperanza Hernández