Rescatada de la pasada temporada en Madrid, el Teatro de la Abadía programa Historia de un jabalí o Algo de Ricardo, de Gabriel Calderón, avalada y soportada por una crítica estupenda donde Joan Carreras se ¿luce? con un insoportable monólogo a grito pelado, ante una audiencia entregada.
Historia de un jabalí o Algo de Ricardo es la pieza que hace el tándem perfecto en la programación actual, ya que en la otra sala se programa Finlandia, otra pieza teatral en la que dos personas se gritan por turnos, como bien acostumbra Pascal Rambert para deleite de su fiel público. Sería una magnífica propuesta que en varios días pudiese disfrutarse una sesión doble en la que al final de la velada tres personas te hayan gritado desde un escenario, y tu hayas pagado por ello.
Con texto y dirección de Gabriel Calderón, del que en los próximos meses se trae a la Península otra de sus aclamadas obras (de la cual se me han quitado las ganas de intentar ver), Joan Carreras interpreta a un insoportable actor con un ego tan grande como los decibelios de sus proyecciones vocales, y una actitud altiva, machista y déspota, que finalmente ha conseguido EL papel que lleva toda la vida esperando: Ricardo III. No contento con contar con el papel protagonista también ofrecerá al público su interpretación de los personajes femeninos de la tragedia de Shakespeare, porque aquí él ha venido a eclipsar y silenciar todo lo que se le ponga al alcance.
La maniobra de Carreras de ¿interpretar? a su alter ego, o a él mismo, o a la sublimación de la masculinidad más tóxica del star system teatral patrio es desconcertante, como lo son las risas cómplices y los aplausos en pie al final de la representación tras haber cruzado tantas líneas como cuestionar la inteligencia del espectador, la valía de las actrices, o la actitud llorica de un director.
No siento ni una pizca de ironía en el tratamiento de este ¿personaje? de Historia de un jabalí o Algo de Ricardo, y no hago mas que gritar en mi cabeza “cállate pavo” tras cada parlamento incendiario y vocinglero de Carreras desde el escenario. Todo es como asistir a un mitin de un partido de centro-derecha y el esfuerzo que hice en intentar vislumbrar un destello de lo que pueda reconocer como un “tranquilos, todo esto es una broma” fue en vano.
La escenografía de Laura Clos (Closca) es preciosa, y yo ahí arriba hubiese querido ver a la Espert siendo una actriz tirana que logra hacerse con la dirección, el protagonismo, y la interpretación de todos y cada uno de los papeles de Ricardo III como un ejemplo máximo de poder y maestría, y no el ¿testimonio? de un señoro. Se que eso es otra obra, que son mis expectativas, que debo trabajarlas, y que nada de lo que sentí puede ser responsabilidad de ninguno de los implicados en el actual montaje: my bad. Pero, por favor, señor, no me grite.
Crítica realizada por Ismael Lomana