Cantando bajo la lluvia llega al Teatro Apolo de Madrid con la ambición de convertirse en uno de los musicales de la temporada con su combinación de nostalgia cinematográfica, disposición teatral y números que aúnan escenografía, vestuario, iluminación, coreografías y voces en directo bajo la dirección de Àngel Llàcer.
La leyenda cuenta que Gene Kelly estaba con cuarenta grados de fiebre, pero eso no le fue freno para, a la primera, bordar hace setenta años el rodaje de una de las escenas más icónicas de la historia del cine. Esa que todos recordamos cuando caen chuzos de punta y hemos intentado reproducir con más voluntad que acierto cuando la pluviometría nos ha pillado con un paraguas en la mano. Algo debe tener el séptimo arte cuando los casi cuarenta años de existencia de su versión musical, se estrenó en Londres en 1983 en Londres, no han conseguido restarle ni un ápice de protagonismo como pieza angular de nuestra cultura popular.
Nuestro país acogió la primera adaptación al español de ese Cantando bajo la lluvia teatral en 2004. Precisamente donde vuelve a tener sede estos días, el Teatro Apolo de Madrid, aunque en esta ocasión sea de la mano de Nostromo Pictures y previa estancia en el Teatro Tívoli de Barcelona. Un emplazamiento preparado para acoger montajes técnicamente ambiciosos y solo necesitado de producciones sólidas. Este Cantando bajo la lluvia orquestado por Àngel Llàcer, musicalizado por Manu Guix y coreografiado por Myriam Benedited lo es, aunque su factura respira más espectáculo audiovisual que dramaturgia fundamentada en una partitura.
Su ejecución transmite una búsqueda continua del gag, de risas generadas a golpe de hipérbole y de comprensión de la evolución y giros de la narración por la obviedad de su exposición. Esto no le resta efectividad a la hora de conseguir que la platea se entregue a lo que está sucediendo sobre el escenario. Pero mi impresión es que la atmósfera allí creada era más análoga a la grabación en un estudio de televisión, con público en directo, que la que he sentido en ocasiones anteriores en un teatro asistiendo a un musical.
Dicho esto, el trabajo de todos y cada uno de los profesionales que dan la cara o que están entre las bambalinas de Cantando bajo la lluvia es excelente. La diversidad de escenografías de Enric Planas nos trasladan con eficacia al Hollywood de finales de los años 20 y nos hacen sentir en un ambiente netamente californiano, algo en lo que conforma triángulo con el amplio vestuario diseñado por Míriam Compte, en el que priman los colores vivos y los cortes art nouveau que tanto seducen nuestra mirada, y la iluminación de Albert Faura, con retos como el de provocar la misma impresión que los fotogramas de secuencias como la de You were meant for me en un estudio de rodaje vacío o la del Broadway Ballet (aquella en la que Cyd Charisse deslumbraba con sus piernas a Gene Kelly).
Y será el tiempo que llevan ya desempeñando sus papeles, su preparación o su intuición. Da igual el motivo o la combinación de ellos, la realidad es que Miguel Ángel Belotto da vida a un Don Lockwood en el que la actuación y el baile van sobresalientemente de la mano. Diana Roig compone a una Kathy Selden que va de la humildad y las ganas a la consolidación de las capacidades y los logros de una estrella que brilla sin ella percatarse de ello. Mireia Portas se gana aplausos con su encarnación de lo que supuso pasar del cine mudo al sonoro no solo con sus capacidades vocales, sino con las innatas para el humor y la comedia. Y por último, Diego Molero, alguien siempre ágil sobre las tablas, que marca con su presencia el ritmo y el tono de la acción, la coreografía o el diálogo en el que participe.
Crítica realizada por Lucas Ferreira